“De Los Carochos me interesa su atávica estética, lo profano, lo ancestral y el compañerismo entre los personajes”

Victorino García Calderón lleva el sombrero con la badana ajustada a su cabeza, indicio de libertad. Ni las alas sobre las orejas, que sería antiestético, ni muy echado para atrás, motivo de desprecio, ni demasiado inclinado hacia adelante que implicaría ser un tarambana. Lo justo: paralelo a los hombros y mirada, profunda, y de frente. Este salmantino cambió los pinceles por la fotografía y divirtió a los alumnos, como profesor, hasta que dejó de solazarse en las aulas. Crítico hasta la médula, vive para emocionar e impresionarse por la vida. Prefiere cavar el huerto con azada a la maquinaria de la globalización y pagaría un millón de dólares por cabalgar sobre la belleza. “¿Qué estás mirando?”, pregunta su admirado Bob Dylan en Falso profeta. “No hay nada que ver”, responde el músico Nobel. A García Calderón, sin embargo, le gusta mirar a todas horas. Y ha visto Los Carochos y los carochos le han visto a él.
Beatriz Dulzar
Los constantes viajes en tren y los apuntes que hacía en su libreta, ¿se transformaron muy pronto en una cámara?
De pequeño viajaba en tren con mis padres ya que, como hijo de ferroviario, disfrutábamos del histórico “kilométrico” que era una especie de pasaporte para viajar gratis en ferrocarril durante 5000 kilómetros anuales que no agotábamos nunca. En esos viajes a Galicia, Castilla, Vascongadas (así se llamaba entonces al País Vasco), Madrid o Cataluña, mi padre me decía que era bueno escribir en un cuaderno, que no conservo desgraciadamente, todas las sensaciones que iba teniendo en el trayecto. Con los años me he dado cuenta de que la ventanilla hacía de visor en la que quedaban grabados los paisajes como si de un carrete o un sensor de una cámara se tratara. Así empecé a coleccionar imágenes: en la memoria, transcrita al cuaderno, que luego leíamos y veíamos en casa. Cuando tuve la oportunidad, a eso de los 19 años, cambié la libreta por una cámara de fotos. El año 2022 cumpliré mi quincuagésimo aniversario en esto de la fotografía.
La figura del fotógrafo José Núñez Larraz es fundamental en su vocación y aprendizaje artístico. ¿Qué aprendió de él?
A mirar. Recuerdo la primera vez que me invitó a salir con él a hacer fotos. Como no tenía cámara, él me dejó una de las suyas, una Nikormat. Yo le había enseñado unos paisajes urbanos llenos de hielo que había hecho con otra cámara prestada y me preguntó que si quería ir con él. Eufórico le respondí que sí y quedamos para ir a las minas de Wolframio de Golpejas. Había mucho monte de carrascos y encinas y una niebla que lo envolvía todo. Yo me quedé prendado de la belleza de aquellos paisajes y me dediqué a ellos pero Pepe, que así le llamábamos, miraba las máquinas de extracción del mineral muy de cerca y, como no podía ser de otra manera, yo, intrigado, iba a ver qué había de interés allí. La verdad es que yo apenas encontraba unos desconchados de pintura vieja oxidados y como me parecía que eran más bonitos los paisajes, me centraba en ellos. Aquel día no me enseñó nada y nos volvimos a casa con nuestros trabajos. Al cabo de un tiempo, volvimos a vernos en la trastienda de su librería en la que tenía estanterías de varios metros de altura llenas de cajas con positivos ordenados por temas y también con diapositivas. Quedamos para analizar las fotos que habíamos hecho. Primero miramos las mías. Recuerdo que me dijo que eran muy bellas y que tenía buen ojo. Luego miramos las suyas. Sacó las fotos ya positivadas que le interesaba enseñarme y las colocó sobre una mesa situada en el centro de la estancia. Rápidamente me di cuenta de que donde yo había visto viejas máquinas oxidadas y Pepe arte de vanguardia que nada tenía que envidiar a los mejores expresionistas abstractos: Pollock, Hartung, Motherwell, Tàpies, Burri, Rothko… no tenían secretos para un ojo acostumbrado a mirar donde aparentemente no había nada. Esa fue la primera gran lección que aprendí: la fotografía está en la mirada, en el cerebro, en el acervo cultural de cada uno de nosotros, no en la cámara, ni en los objetivos que se usan. Pepe me había enseñado a mirar en un solo día y casi sin decir esta boca es mía. Luego vendrían otras lecciones.

Esos primeros contactos con la fotografía le abren las puertas al arte. ¿Qué lugar ocupa la belleza en su vida?
Todo el lugar. No me queda casi sitio para otra cosa. Bueno, sí, para la lucha por la igualdad y la dignidad de todos los seres que habitamos el planeta Tierra, este incluido. Desde niño mi madre me enseñó lo bella que era la vida, la belleza de las flores del campo y del jardín familiar, la suya propia: era y es muy guapa a sus 92 años. La belleza entra por los ojos, va a nuestro cerebro y se guarda en el corazón y lo que no sabe mucha gente es que está directamente relacionada con la proporción áurea, es decir, con la geometría. La arquitectura, la pintura, la música… nuestras proporciones corporales, las flores y plantas, los sistemas planetarios y las galaxias, se rigen por un orden universal basado en la proporción áurea, por tanto la belleza está ahí, no hay más que ser consciente de ella. Los egipcios, los griegos, los renacentistas, más tarde un tal Fibonacci con su sucesión numérica y últimamente los científicos con el ADN nos han enseñado a entender que cuando las cosas no van acompañadas de unos números determinados y organizadas espacialmente en formas perfectas relacionadas con el número “phi”, en honor al escultor griego Fidias, las encontramos poco bellas sin saber el por qué.
Cursó Bellas Artes en Sevilla porque, entonces, todavía no existía la facultad en Salamanca. ¿Qué recuerda de su paso por la universidad hispalense?
Estuve desde el 73 al 78. Fue toda una experiencia vital, no tener que estar en casa a una hora prefijada, la libertad que se respiraba en la ciudad, el fin de la dictadura franquista y el comienzo de la ilusión democrática, conocer a artistas andaluces herederos de Zurbarán Murillo o Velázquez, descubrir la hondura del flamenco sin adornos florales o patrióticos, el vino fino de Montilla o Jerez y las fiestas paganas de primavera que, aunque andábamos caninos de dinero, no nos perdíamos una. Todo esto unido a que la primavera llegaba en febrero con un clima y unas azoteas moriscas de ensueño, desde las que se veía constantemente la torre-minarete de la Giralda, hicieron que mi estancia en esa ciudad fuera un auténtico sueño hecho realidad. Allí conocí personalmente a todos los artistas que se pasaron por la galería de Juana Aizpuru, desde Zóbel a Guinovart, de Sempere a Millares y un largo etc. que influyeron en mí, tanto o más que la propia facultad. Siempre recordaré las freidurías de pescado al lado de los bares a los que nos llevábamos los pescaítos y nos tomábamos allí las cervezas que eran apuntadas en la barra con una tiza húmeda a modo de lista de consumición y que eran tachadas cuando pagabas. Lástima que no podíamos ir más que tres o cuatro veces al mes. De la facultad recuerdo a profesores como Ferrán o Pérez Aguilera quienes me enseñaron que la fuerza unida al intelecto son elementos básicos para la creación, pero, desde luego, aprendí mucho más de los compañeros y supongo que ellos de mí.

Enseguida tomó contacto con la enseñanza. ¿Qué tipo de metodología utilizaba como profesor con veintipocos años?
Cuando acabé la carrera tuve mucha suerte, me presenté a una convocatoria para profesor interino de Dibujo del Natural y me la dieron. Seguí el método aprendido en la Facultad de Sevilla con Pérez Aguilera que consistía en hacer apuntes rápidos del cuerpo humano en tres minutos y luego trabajar en grande al carbón, la figura estática y en movimiento, dándole muy duro y estando encima de cada alumno al menos 5 o 6 veces en cada hora en una enseñanza personalizada que se me antoja hoy casi utópica. Lo completaba con visitas a museos y viajes a los centros de arte y como el aula no se cerraba al acabar la clase muchos se quedaban a hablar de arte durante horas hasta que nos íbamos a tomar algo al bar de la esquina. Así conocía hasta las entretelas de cada uno de ellos a la vez que hacíamos amistad que en muchos casos dura aún.
A continuación pasó por los institutos de Alba de Tormes, Toro, Coslada (Madrid) y Salamanca, ¿cuáles eran sus preocupaciones didácticas?
Era consciente de que no podía repetir lo realizado en la Escuela de Arte o en los institutos de enseñanza “O”, como me dijo un día un chaval que iba a clase todos los días pero no sacaba las manos de los bolsillos. Me explicó su situación de forma muy directa: estoy aquí por la “O”. Sí, E. S. O. (Enseñanza Secundaria “O”bligatoria). Ese era un problema, quizás, el mayor. Me rebelada ante los chicos y chicas que no querían estudiar y que por edad tampoco podían trabajar. Tenerlos sentados en clase y convertir al profesor en cuidador de adolescentes era algo superior a mis fuerzas. Por eso era necesario encontrar un punto de encuentro entre ellos y los alumnos que sí aceptan el “juego educativo” en un aula de más de 35 alumnos. Llevar una enseñanza personalizada era un empeño sobrehumano y utópico que muchos profesores se negaban a hacer. Pero mi responsabilidad era motivarlos haciendo que las clases no fueran aburridas. Yo las interrumpía cada 20 minutos sin que se dieran cuenta contando algo al margen que les relajara para seguir, cuando las clases eran teóricas. En las prácticas, era más complicado todavía porque en España no sabemos respetar a los que están trabajando con un silencio razonable, hablamos a voces y aquello se podía convertir en un gallinero, así que opté por tenerlos en el aula solo el tiempo imprescindible, que ya era demasiado, y sacarlos fuera en el buen tiempo o llevarlos a los museos o a viajes de un día al campo o a otra ciudad cercana y reflejar lo vivido con colores y formas, así como intentar entusiasmarles con la belleza de las formas, la luz y el color.
En medio de ese debate interno profesor-alumno, ¿cuál es la autoridad educativa en la que cree?
En la que uno mismo se ponga como referente. Yo escogí los postulados de Ferrer i Guardia y de la Institución Libre de Enseñanza que no creían en otra autoridad que no fuera la del conocimiento desarrollado en libertad. De las autoridades oficiales, en ninguna. La enseñanza se ha convertido en un negocio para los conservadores y/o religioso-fascistas y para todos, incluido el estado, en una manera de doblegar a las almas libres a un sistema de producción-consumo que está acabando con la vida en el planeta. Por eso me jubilé en cuanto pude, no quería contribuir ni un minuto más a ese desaguisado por un sueldo. Al sistema educativo le pasa lo mismo que a la sociedad en la que vivimos: se retroalimentan mutuamente para que no sea posible una cierta igualdad de oportunidades y de desarrollo cultural pleno, ni entre unas razas y otras, ni entre hombres y mujeres de una misma raza o condición. Así es imposible avanzar en el conocimiento del mundo que nos rodea y respetar la vida propia y ajena, a pesar de los esfuerzos de algunos de nuestros congéneres.
¿Por qué piensa que tienen tan poca presencia las enseñanzas artísticas (dibujo, música, cine, fotografía, danza, teatro) en la enseñanza de Castilla y León?
Sencillamente, porque estas materias del saber acuden directamente al alma de los seres humanos y los haría más libres y conscientes de su libertad y eso no interesa al verdadero poder -el del dinero, con sus nuevos templos: los bancos- que argumenta la libertad en hacer lo que les dé la gana, cuándo y dónde ellos quieran. Lo estamos viendo en esta pandemia del COVID-19 que estamos padeciendo. El arte es adictivo, es una maravillosa droga para el alma que da alas a quien lo descubre como modo de vida y de expresión, por eso cuando me llamaron para ser profesor de Comunicación Audio-visual en primero de Bachillerato me llevé una alegría inmensa. Me di cuenta enseguida de que los alumnos iban a clase sin necesidad de controles, que no querían que las clases terminaran, que el cine y la fotografía son una extensión de nuestro yo más auténtico al igual que la literatura y las demás artes. Al momento entendí que eran tremendamente analfabetos de la imagen a pesar de que casi habían nacido con un teléfono móvil en una mano y un ordenador en la otra, pero desconocían el cine en blanco y negro; Chaplin, Buster Keaton, Georges Méliès, Tod Browning, Buñuel, el neorrelismo italiano etc. eran extraterrestres para ellos, lo mismo que los grandes fotógrafos de los siglos XIX y XX como Curtis, Nadar, Bresson, Doisneau, Ortiz Echagüe, Pepe Núñez… Así que me puse manos a la obra haciéndoles ver que la vida y lo que estudiábamos en clase eran, o debieran ser, la misma cosa. Disfruté muchísimo enseñando a mirar una película, una fotografía, un anuncio de televisión… o saber distinguir entre un documental y un docudrama y las claves para entenderlos y admirarlos. Creo sinceramente que los alumnos también disfrutaron viendo las creaciones ajenas y las propias en el campo audio-visual, a pesar de que la dotación para la asignatura era de 0€, …hasta que alguien se dio cuenta y quitó la asignatura: aprendían demasiado.

Por ese motivo, ¿pidió la jubilación voluntaria?
No podía más. La retirada del currículo de una asignatura llena de vida, sin exámenes, con notas que había que poner porque era “O”bligatorio y que no podían ser más que de notable para arriba porque se la tomaban a pecho y trabajaban sin que se lo pidieras, lo hacían ellos solos en el disfrute intrínseco que proporciona el saber y del conocimiento de uno mismo, fue clave en la decisión de dejar la enseñanza a pesar de me gustaba muchísimo. A raíz de esta sinrazón me cuestioné mi papel en una enseñanza que se mostraba sin tapujos como un instrumento de poder competitivo más que como un camino al conocimiento y en cuanto tuve oportunidad me jubilé. Era consciente de que en cierto modo me iba derrotado por no haber podido cambiar suficientemente el sentido de una educación que sirve para el negocio de unos cuantos y para salir en el dichoso informe P.I.S.A. del que tanto se enorgullece la Junta de Castilla y León sabiendo que somos el tuerto en el mundo de los ciegos consumistas, pero vi que aún me quedaban cosas por decir que no entraban dentro del mundo de la enseñanza y en ello ando.
¿A qué aspectos se refiere?
Pues hablo de ordenar mi archivo fotográfico y trasladarlo, en la medida que sea del interés común, a publicaciones o exposiciones monográficas sobre cada uno de los temas que más me preocupan desde el punto de vista fotográfico. Me preocupa el pasado que se nos va de entre las manos: edificios, casas, negocios… que se pierden en beneficio de las multinacionales del comercio con sus grandes superficies; la interacción hombre-paisaje ya que el hombre hace paisaje y, a su vez, el paisaje influye en el hombre; abstracciones fotográficas; detalles de la naturaleza, retratos, fotografía callejera y social. Y, por supuesto, tampoco podía faltar la etnografía en la que se encuadran los reportajes de mascaradas como Los Carochos o la romería de La Riberinha, por citar algunos ejemplos.
La fotografía le ha llevado a la arquitectura popular, al folclore, a las culturas rurales, ¿por qué en esta vieja Castilla se valoran tan poco nuestras señas de identidad?
Después de ser dominadores, hablamos castellano, de medio mundo cuando nuestros antepasados lo perdieron casi todo en el siglo XIX nos cayó la del pulpo sobre los modos y maneras de ejercer dicho dominio y los castellanos pasaron de dominar a ser dominados por otras naciones y otras lenguas. Castilla entró en una especie de autoinculpación que aún nos dura viendo que nuestros ancestrales usos y costumbres -salvando las vejatorias de otras personas y animales- han sido relegadas por el apetito de la cultura anglosajona que nos ha dominado todo el siglo XX y gran parte de lo que llevamos del XXI. Este imperialismo moderno hace de menos a nuestra riqueza y diversidad cultural arraigada en fundamentos tan sólidos como desechados por un poder al que le da vergüenza reconocer la belleza y autenticidad de parte de su pasado. Puede haber otras causas pero no soy ni folclorista ni historiador, solo constato lo que hay y me pareció, en su momento, que debiera plasmar en imágenes aquello que nos ayuda a comprendernos antes de que la supremacía china y una globalización muy mal entendida nos invada y nos uniformice.

Como colaborador de la asociación Salamanca Memoria y Justicia, ¿considera que la sociedad española verá algún día a los desaparecidos fuera de las cunetas?
Por un lado, han pasado demasiados años desde que nos dimos algo que no cumplimos ni de lejos eso que llaman Constitución y los descendientes directos de los miles y miles de inocentes luchadores por la libertad que aún llenan campos y cunetas, nos van dejando y los pocos que quedan son demasiado mayores; por otro, cada día que pasa, las nuevas generaciones se identifican menos con la ideología de sus abuelos, por lo que pienso que cada vez es más difícil restaurar la afrenta recibida y en la que se regodean algunos partidos herederos de la dictadura. Además, habría que dotar económicamente esa restauración. Me parece que esta crisis sanitaria que padecemos va a hacer que se deriven los presupuestos a necesidades más perentorias por lo que pasará todavía más tiempo que jugará en contra de la deseada restauración de la dignidad de los asesinados sacados de sus casas, que no vencidos en combate en la guerra fratricida del siglo pasado.
El ferrocarril es un tema recurrente en su trayectoria, de hecho, ha formado parte de la Asociación de Frontera por una vía sostenible, Tod@vía. De ahí su libro de imágenes “La Raya rota”, dos pueblos separados y olvidados… ¿Sueña Tod@vía con ver abierta la línea La Fuente de San Esteban-Barca d´Alva?
Por supuesto, sueño, deseo y lucho por ello. Mi padre y varios de mis tíos trabajaron en esa línea que fue un empeño de los portugueses en dar una salida a Europa desde Oporto salvando un desnivel casi el 3% en la frontera al que muy pocas líneas de ferrocarril llegan en el mundo. Los insólitos paisajes con acantilados, puentes de hierro y túneles repartidos en 16 km. salvan un desnivel de casi 400 metros. A esta línea, en otro país, la hubieran mimado, al menos, como tren turístico, pero la intención de las autoridades de Castilla y León y españolas es casi nula. Menos mal que los portugueses siguen en el empeño de volver a recuperarla hasta la frontera aunque ya veremos qué pasa a partir de ahora con lo del COVID-19. El libro de “La Raya Rota”, editado hace 20 años, fue un intento de llamar la atención sobre este patrimonio abandonado y declarado Bien de Interés Cultural (B.I.C.) pero solo lo hizo a nivel artístico, no socio-político. La inmensa labor de la Asociación Tod@vía intentando conservar la línea es inconmensurable y de un altruismo y amor al ferrocarril fuera de lugar. Llama poderosamente la atención esta falta de reconocimiento.
En su lista de reivindicaciones ocupa un lugar destacado la lucha contra la instalación de la mina de uranio de Retortillo, una polémica en la que se ha dejado muchos pelos en la gatera… ¿Se arrepiente?
En absoluto, la energía nuclear es uno de los venenos de efectos retardados a decenas de miles de años más dañinos que el hombre ha visto sobre la faz de la tierra, tanto en sus usos civiles, energía eléctrica, como en los usos militares. En ambos ha habido decenas de miles de muertos y millones de afectados, amén de no saber qué hacer con los residuos radiactivos. Si además sumamos que en Retortillo (Salamanca) la empresa minera Berkeley ha prometido miles de puestos de trabajo pero no llegan a media docena los trabajadores contratados por la multinacional australiana, y que ha destrozado un paisaje bajo protección de la Red Natura 2000, contando también que el Balneario ha dado entre 70 y 80 empleos durante más de cien años y que está a punto de cerrar, esta es una aventura con final aciago. En esta historia, también hay que recordar que han pagado con fiestas, jamón, gambas, paellas y camisetas a los incautos que han creído en sus mentiras bursátiles puramente especulativas; que han contratado a concejales, haciendo que cambien de partido, si es necesario, contribuyendo al miedo de algunos vecinos de mi pueblo de nacimiento en el que han abusado de las ordenanzas municipales para construir una futura carretera, nunca terminada; y que, por si fuera poco, han hecho dimitir al único alcalde que se ha opuesto a la mina cuando dos de sus propios concejales del PSOE votaron en contra suya, quedando solo frente a la multinacional. En fin, una lucha muy desigual que a los anti mina nos ha costado hasta la unidad familiar en la que hijos y padres, hermanos y primos, tíos y sobrinos han dejado de hablarse rompiendo la convivencia que tanto costó rehacer después de la guerra civil del 36. Una pena, pero habrá que seguir porque todavía no se han ido y las acciones en bolsa ahora están subiendo…
Sonados han sido también sus enfrentamientos con el ayuntamiento de Salamanca por la falta de apoyo a los artistas locales, la tala de árboles, el deterioro del patrimonio salmantino y el despido de los técnicos culturales del Consorcio Salamanca 2002. ¿Qué le queda de aquellas movidas?
Me queda que no he vuelto a hacer una exposición individual de fotografía reciente desde hace casi tres lustros. No me importa. Cada uno conoce sus cartas, las mías no están marcadas y lo saben. La censura política sigue existiendo con mucha gente del mundo cultural que no se calla ante lo que ve, lo vemos a diario en las redes, no en los informativos estatales vendidos al consumo de la información. He de decir que en los últimos años he participado como comisario en un homenaje al maestro Pepe Núñez y en una retrospectiva sobre el mundo rural en el stand municipal de la Feria del Libro que agradezco a quienes lo hicieron posible, pero echo de menos un reconocimiento a muchos y buenos artistas locales de todos los campos que han sido marginados en los últimos 20 años. El clientelismo, venga de donde venga, no favorece la libertad de expresión. Ser Pepito Grillo tiene sus consecuencias, pero en una sociedad en libertad no tendría que haber ningún problema si alguien advierte de las cosas que se hacen mal, si esto último es un inconveniente y a quien lo denuncia se le aparta como a un apestado es que no hay la libertad suficiente para avanzar en pos de un mundo mejor.
Hace años que acude asiduamente a la celebración de la mascarada Los Carochos en Riofrío de Aliste (Zamora). ¿Qué te interesa de este rito?
Desde su atávica estética hasta la extraña mezcla con asuntos más o menos impuestos por la autoridad eclesiástica. Lo profano, lo ancestral, el que haya pervivido a pesar de las trabas impuestas, y la sensación de compañerismo que se respira desde que se visten hasta que termina son aspectos que me atraen poderosamente. No soy un estudioso del tema, me dedico a constatar lo que veo, pero eso es lo interesante, que en un mundo lleno de dispositivos electrónicos subsista una tradición que hunde sus raíces en la noche de los tiempos, quizás miles de años, antes de que existiera religión alguna para dar la bienvenida a un nuevo ciclo de vida y espantar a los agoreros. Sentir de cerca ese imaginario colectivo me parece algo maravilloso y me hace coger la cámara, recorrer más de 150 kilómetros un primero de enero cuando todo el mundo está durmiendo y plantarme en un sitio para reencontrarme con el pasado más auténtico que nos recuerda que somos ceniza. Mientras estemos aquí dependemos del ciclo de vida, la misma que estamos matando a nivel mundial.

¿Hay algún personaje que le llame especialmente la atención, desde el punto de vista plástico?
Por supuesto los Carochos o Diablos, pero siento especial debilidad estética por el personaje de La Filandorra: el movimiento y el rumor de los papeles cuando se mezcla con el polvo de la ceniza es una de las imágenes más bellas e inquietantes que he podido fotografiar, y un tanto arriesgada pues te pueden estropear la cámara como te descuides. El paso del río es otro momento maravilloso tanto para los Diablos como para “los de los papeles”. Ahora bien, el instante en el que salen los protagonistas a la calle, además de difícil es indescriptible, ya sea en día nublado o con sol, siempre es una ocasión muy especial. Si hay niebla, esta se confunde con el polvo de ceniza formando un ambiente tremendamente inquietante, y si hace sol el contraluz es espectacular. Son como figura salidas del fondo de la historia. Me encanta ir a esta celebración y ver a los que ya casi son mis amigos.
En ocasiones, ha comentado que el fotógrafo y etnólogo Edward Sheriff Curtis captó imágenes de indígenas americanos que le recordaban la obisparra alistana. ¿Qué coincidencias encuentra?
Algunos de los indios norteamericanos se disfrazaban en sus ritos con prendas de tejido vegetal que les cubrían todo el cuerpo. Se tapaban con ramas de arbustos y se ponían unas máscaras con dientes muy parecidas a las de Los Carochos hechas a partir de cortezas de árbol. Curtis en su afán de registrar fotográficamente todo lo que tuviera que ver con las tribus indígenas de América del Norte se hizo uno de ellos. Lo dejó todo, incluso a su familia. Este comprometido fotógrafo se empeñó de por vida y a lo largo de varias décadas logró recopilar millares de fotografías de un valor incalculable de casi todas las tribus, desde Méjico al Canadá, desde Miami hasta Alaska. Hoy figuran como uno de los mejores ejemplos de estudios etnográficos que se han realizado: http://curtis.library.northwestern.edu

Y si tuviera que enumerar sus otros referentes actuales en el campo de la fotografía, ¿con quiénes se quedaría?
Sin duda con Gregory Crewdson, pero también admiro la obra de Nadar, Lewis Carroll, Annie Leibovitz, Julia Margaret Cameron, Inge Morath, Nachtwey, Helmut Newton, Irving Penn, Man Ray, Salgado, Bresson, Güler, Doisneau, Stieglitz, Sugimoto, Ortiz Echagüe, Pla Janini, José Suárez, Pepe Núñez, Gervasio Sánchez, Vallhonrat, Madoz, Paco Gómez, Cristina Gª Rodero…
Cita en primer lugar a Gregory Crewdson, ¿por qué?
Por su grandiosas propuestas consistentes en prepararlo todo al más mínimo detalle: dispone calles, carreteras, bosques, casas y hasta pueblos enteros como si se tratase de hacer una película con iluminación artificial. Y resulta, paradójicamente, que luego hace una sola fotografía en la que se puede ver el antes y el después del momento y a un tamaño gigante. Yo lo considero el Velázquez actual.
No me resisto a preguntarle por Ara Güler…
Es un gran desconocido. Fue un fotógrafo turco nacido en Estambul de ascendencia armenia que se dedicó a vivir la impresionante ciudad de Estambul, pateándola de punta a cabo a lo largo de toda su vida. Sus fotografías de obreros esperando ser contratados son toda una obra de arte.
Después de repasar su relación con la fotografía, su etapa como profesor y sus compromisos sociales y culturales, queda preguntarle por el oficio de pintor para el que, en realidad, se formó en la Universidad. ¿Qué queda de su vocación inicial?
El recuerdo, la destreza que no se pierde y las ganas de volver algún día cuando las piernas no me dejen salir de casa.
En los últimos meses ha vivido el confinamiento del coronavirus, seguramente, una de las etapas más extrañas de su vida. ¿Cómo ha pasado esta experiencia desde el punto de vista personal y también profesional?
No he parado ni un solo día de hacer fotos, siempre con el teléfono. Al principio, sin salir de casa. Fotografiaba bodegones y detalles de la casa que siempre me llamaron la atención y no los había tomado, pero también del jardín, de las plantas y flores del invernadero que tenemos en el patio. Luego también me detuve en hacer imágenes de las calles vacías de Morille, el pueblo donde vivo. En otros momentos recorrí los caminos y paisajes hasta un kilómetro de distancia y las calles vacías de Salamanca un día que tuve que ir al médico y a la farmacia, a por recetas. Al pasar por una farmacia al lado de la Plaza Mayor y encontrármela totalmente vacía, no pude por menos de registrar ese efecto del estado de alarma que hemos vivido. Como ocurre en estas ocasiones, algunas de estas fotografías se las envié a amigos y familiares y, como no hay secretos en las redes sociales, las han visto miembros del museo de Salamanca y me han propuesto realizar una exposición sobre el confinamiento y mi manera de salir de la monotonía.
