Los rituales que tienen lugar en el llamado Ciclo de los Doce Días, de Navidad a Reyes, encierran una rica simbología que muchas veces pasa desapercibida para el público entre los estrafalarios atuendos de los personajes y su irreverente comportamiento. Estas celebraciones festivas de invierno relacionadas con la cultura, la historia y las religiones de la antigüedad hablan, además, de su tono jocoso del ciclo agrario que lentamente empieza a despertar, del reino de la luz y el poder del sol. Los seres misteriosos que animan las pequeñas localidades en esas fechas realzan el paso de los jóvenes a la edad adulta, subrayan la fertilidad de los campos a partir de las nubes de cernada (ceniza) que los filandorros vierten con generosidad a niños, jóvenes y mayores. Signos identificativos de las mascaradas son también los cantares en tono crítico que entonan molacillos y ciegos, una especie de terapia social que purifica la Comunidad rural. El solsticio de invierno y sus acontecimientos festivos, llenos de fantasía y primitivismo, tienen su origen en la cultura pagana aunque desde la Edad Media se impregnaron de cierta influencia cristiana, una evidente contradicción que recoge el ascendente de la autoridad en el sentimiento de las comunidades locales a través del paso del tiempo.
En la tradición de Los Carochos se suceden algunos elementos mágicos (ceniza, flagelación, ramas de parra, martillo) que pueden considerarse ritos de fertilidad impregnados de fascinación. A continuación los describimos:
CENIZA
La Filandorra aprovecha toda ocasión para arrojar ‘cernada’ (ceniza de la lumbre) a quien se le acerca, fundamentalmente, mozos y niños.
La ceniza se identifica con la nigredo alquímica, con la muerte y disolución de los cuerpos, y por ende con la germinación, que tiene como principio la putrefacción de las semillas, que da lugar a una nueva vida.
En Aliste la ceniza se ha utilizado desde antiguo para abonar los cereales y hortalizas. Hoy, este modo de abonar las tierras ha sido superado pero, sin embargo, se mantiene para abonar los ajos. En la rozada, las tierras comunales, se desbrozaban de matorrales y una vez secos, se quemaban antes de la siembra y sus cenizas se esparcían por el campo de cultivo para fertilizar la tierra. Por otro lado, existía en Aliste una antigua costumbre en la que se consideraban virtudes mágicas de la ceniza, por ejemplo, en la Vigilia Pascual del Sábado Santo donde se hacía una hoguera con las ramas de romero que se habían utilizado para confeccionar ‘La cama del Señor’, una cama vegetal sobre la que se colocaba a Cristo para proceder a la adoración de la cruz, el Viernes Santo.
En las cenizas de esta singular hoguera los labradores sumergían la ‘cavija’ del arado, para evitar con este acto mágico que le picara ‘la mosca’ a las vacas durante las faenas agrícolas (lo que contraía un enorme riesgo de accidente). Otros recogían la ceniza en un paño, y ya en su casa, la esparcían sobre las melenas de las vacas.
Durante el solsticio de invierno los pueblos antiguos, adoradores del Sol, festejaban el nacimiento del astro rey mediante grandes hogueras que tenían por función excitar el calor y la fuerza de los rayos de un Sol recién nacido. En estas hogueras se quemaba un árbol sagrado, un roble entre los celtas (festival de Yule), para conseguir los fines anteriormente mencionados. Estos rituales todavía se conservan en algunos lugares de España en la denominada Tronca de Navidad. Las cenizas de este tronco se consideraban portadoras del poder de curar enfermedades y asegurar la prosperidad, abundancia y fertilidad de animales y personas.
FLAGELACIÓN
Los ritos de Flagelación en los Carochos tienen dos modalidades: El golpeo a los jóvenes y los niños con ramas de parra realizados por el Molacillo y el Gitano, que los envuelven con estas ramas; y el Gitano que golpea también a jóvenes y niños con una pelota de madera de urz forrada de trapo, que cuelga de una cuerda atada a un palo. También el Gitano golpea a los espectadores con vejigas de cerdo que lleva colgando a la espalda.
Para la mentalidad arcaica los golpes, azotes y flagelaciones no aparecen como un castigo sino como purificación y estímulo. La costumbre arcaica de azotar la efigie del dios Pan cuando los cazadores regresaban de sus empresas con las manos vacías equivalía a una purificación de las influencias paralizantes. En multitud de ritos universales los azotes figuran como necesarios para liberarse de posesiones y encantamientos y de todas aquellas actitudes que corresponden a una impotencia física o espiritual.
En la época romana se celebraban unas fiestas denominadas Lupercalia, dedicadas al dios Fauno. Eran fiestas de carácter purificatorio en las que los sacerdotes Lupercales corrían por las calles azotando con látigos de piel de cabra a todos los que encontraban a su paso. Las mujeres estériles y las jóvenes no debían evitar sus golpes porque, según la creencia, consideraban que ayudarían en la concepción y el alumbramiento.
La flagelación con ramas de árboles y con fines propiciatorios la describe Frazer en ‘La Rama Dorada’, mostrando la costumbre practicada en Albania de golpear a hombres y animales en el mes de marzo con la convicción de que ‘ello es bueno para la salud’. La misma ceremonia celebran en Croacia el día de Viernes Santo (Golpeándose con varas al tiempo que se desean ‘frescura y salud’. En Rusia tocan a los niños el Domingo de Ramos con ramas de árboles mientras les desean ‘que la enfermedad se quede en el bosque y la salud dentro de los huesos’.
RAMAS DE PARRA
La vid, así como la uva, tienen un doble significado de sacrificio y fecundidad. El vino aparece con frecuencia simbolizando la juventud y la vida eterna. El ideograma superior de la vida fue en los orígenes una hoja de parra. El profesor Francisco Rodríguez Pascual opina que la parra está vinculada con la procreación y, en Aliste, se planta parras a la entrada de las casas cubriendo gran parte de la fachada, parras que dan uvas que se llaman ‘parideras’.
También afirma el profesor Rodríguez Pascual que esas parras, los rombos de paja de centeno que se colocan en el ‘astro’ (zaguán de la casa) y las aldabas cruciformes son las tres fronteras contra el mal que protegen la casa.
EL MARTILLO
En las visitas domiciliarias de felicitación y aguinaldo, la Filandorra golpea los clavos de las puertas con un enorme martillo de madera, denominado ‘mayo’.
En la antigua cultura escandinava los martillos se llevaban en los casamientos para alejar de la pareja los poderes maléficos y prometer a la esposa fecundidad.
También se presenta el martillo como imagen sepulcral para ahuyentar las fuerzas malignas.
Pilumno (del latín pilum –martillo-), era un dios menor de la infancia en la antigua Roma. Cuando nacía un niño se golpeaba la puerta de la casa con un martillo para ahuyentar a Silvano, que atormentaba a la parturienta con horribles sueños y fantasmas, y a otros espíritus malignos. En consecuencia, cabe suponer que cuando la Filandorra golpea con el martillo las puertas de los vecinos, trata mediante este ritual mágico de proteger la casa y sus moradores contra el mal en sus diversas formas.