Manuel Barea Patrón, antropólogo

“Los pueblos sin ritos perderían su conexión umbilical con sus esencias más ancestrales”

El entrevistado, Manuel Barea Patrón

De los carnavales de Cádiz, multitudinarios, a los rurales de Villanueva de Valrojo, casi íntimos. Una misma manera de expresar la identidad de dos pueblos muy alejados entre sí. Sabedor de las funciones profilácticas de las tradiciones, el gaditano Manuel Barea Patrón decide realizar un viaje por tierras del oeste de Zamora y Portugal a la búsqueda de nuevos aires etnológicos. De ese camino surge el libro Antruejos y carnavales en la raya hispano-lusa: los Carnavales de Cencerros de Villanueva de Valrojo (Zamora). En sus páginas, este profesor redescubre el valor de la socialización de la máscara en una vieja frontera interior de la Unión donde los mascarados “ejecutan ritos mágicos en beneficio de la comunidad”. Durante sus estancias en el carnaval de los cencerros, Barea Patrón palpa en primera persona que este tipo de fiestas ancestrales sirven para detener el tiempo y conectarlo con la memoria.

ISAAC MACHO

¿Por qué decide realizar un viaje por los pueblos de Zamora y Portugal?

En febrero de 2015 me adentré caminando en solitario desde la capital zamorana por las tierras de Aliste, atravesé la raya desde Alcañices hasta Quintanilha y continué por Bragança. El objetivo era recorrer la variante hispano-portuguesa de la “Vía de la Plata” jacobea, que continúa desde Bragança hasta Verín, Ourense y Santiago de Compostela, en la cual por cierto me perdía en cada etapa por la deficiente señalización. La fecha tuvo mucho que ver con el libro que resultó finalmente, pues comencé a caminar un Sábado de Carnaval y finalicé a la semana siguiente, por lo que entré en contacto, sin habérmelo propuesto, con unas celebraciones totalmente diferentes a las que estaba acostumbrado en Cádiz. Viví el Domingo Gordo, Lunes y Martes de carnaval, y Miércoles de Ceniza a medida que avanzaba por Almendra del Pan, Muelas del Pan, Fornillos de Aliste, Alcañices, Trabazos (todos en el occidente de la provincia de Zamora), Bragança, Vinhais y Ousilhao (Trás-os-Montes, Portugal). A la sazón, estaba cursando el máster de Antropología Social y Cultural en la UNED por lo que intuía una riqueza etnológica que me apresuré a registrar en mi cuaderno de campo y en fotografías, así como aproveché para conversar con el personal que me iba encontrando en las pequeñas y entrañables poblaciones de la ruta. Todo fue un cúmulo de coincidencias que hicieron inolvidable el viaje y la experiencia.

¿Qué encontró?

Pues la sensación que tuve fue la de estar presenciando unas “reliquias” etnológicas de las que ya se habían hecho eco anteriores investigadores, como luego descubrí en el estudio de la bibliografía sobre mascaradas y fiestas de invierno. Fue fundamental el Catálogo Máscara Ibérica y su análisis de las fiestas de invierno, con abundante material fotográfico. Encontré celebraciones zamoranas como las del Tafarrón de Pozuelo de Tábara, los Zangarrones de Sanzoles y de Montamarta, Los Diablos de Sarracín de Aliste, Los Carochos de Riofrío de Aliste, los Carnavales de Villanueva de Valrojo, entre otras muchas. Inmediatamente me interesé por los textos de otros investigadores (Blanco González, Calvo Brioso, Caro Baroja, Ferreira, Lisón Tolosana, Pereira, Pinelo Tiza, Rodríguez Pascual, Chany Sebastián, Velasco Maíllo…). Me di cuenta de que tenía una oportunidad única para hacer una investigación de campo para el trabajo fin de máster. Tocaba elegir la fiesta y la población.

Y tomó la decisión de investigar los carnavales de Villanueva de Valrojo. ¿Qué motivos le llevaron a interesarse por ellos?

En primer lugar, unos meses antes estuve diseñando mi acercamiento al campo, viendo fechas posibles y tanteando en varias localidades con sus Ayuntamientos y técnicos/as municipales de las áreas de cultura. El Catálogo de Máscara Ibérica que había consultado y las fotografías y textos que aludían a Villanueva de Valrojo, el tamaño de su población, el alejamiento de grandes centros urbanos, eran otros factores cualitativos que valoré. Por diversas razones, la persona que mostró más interés fue la alcaldesa de esta población de La Carballeda, Belén Martín Vega, y realmente me facilitó mucho las cosas. Por supuesto, le remití un escrito mostrando mis intenciones, algo fundamental en el código ético de cualquier investigación antropológica.

Y llegó el momento de hacer su inmersión en el pueblo, era como entrar en un laberinto…

Por mi formación en Antropología Social y Cultural ya había leído varias monografías en las que se describe la sensación que se tiene al acceder al terreno de la investigación. El contexto es el siguiente: un auténtico desconocido que aparece un Viernes de Carnaval en una pequeña población (dependiente del municipio de Ferreras de Arriba), de unos 130 habitantes, sin conocer absolutamente a nadie salvo por teléfono a la alcaldesa, la cual nada más llegar me recibió en las oficinas municipales y me entregó una buena cantidad de material que luego me resultó de gran utilidad para familiarizarme con la fiesta y conocer a los investigadores que más habían trabajado las fiestas de invierno y las mascaradas en Zamora. Los eventos se desarrollaban por la tarde-noche por lo que tenía el resto del día para estudiar, tomar notas e ir conociendo detalles. En este sentido, por estar ya ocupada la casa rural de Villanueva me alojé en la vecina Villardeciervos, donde fue muy bien atendido por María José. Instalé allí mis bártulos, mi pequeña biblioteca facilitada por Belén y pude organizarme muy bien. Al final la distancia de 5 kilómetros entre ambas poblaciones me permitió “tomar perspectiva” y desconectar durante algunas horas para centrarme en mi trabajo de investigación: actualizar el diario de campo, hacer anotaciones, revisar las fotos y ordenarlas, lecturas, etc.

Recuerdo que el primer lugar en el que entré fue en el bar “Otra Cosa”, una tarde de sol, con turistas “loberos” tomando cervezas en la terraza. Era media tarde cuando llegué y aparqué el coche. Resulta difícil abordar ese momento y es fundamental echarle valor y buscar conversaciones. Me presenté, dije a qué venía y poco a poco fueron presentándome a personas que conocían bien la fiesta y a artesanos de máscaras.  Estaba haciendo “observación inespecífica”. Ya sobre las estanterías donde estaban las botellas pude ver algunas máscaras que me hicieron entrar en ambiente. Al salir pasaron algunos cencerros pellizcándome, lo cual me sorprendió y asumí como algo propio de la fiesta. Esa tarde salí convencido de que había superado el “rito de instalación”, el “aterrizaje” del investigador en el campo. Confieso que salí exultante.

En los pueblos todos sabemos qué es un pajar. Pero, ¿qué se encontró usted en el “pajar” de Villanueva?

Fue la propia alcaldesa la que me sugirió visitarlo y me acompañó. Estaba en la calle Abajo. Encontré un auténtico tesoro etnológico: máscaras o caretas, algunas de corcho, otras de demonios con cuernos y lana de oveja, trajes, monos, correajes de cuero con cencerros sobre todo, entre pacas de paja bajo un techo de vigas de madera, mucho colorido. Por fuera un letrero rezaba “Pajar”. Estaban vistiéndose los enmascarados. Allí había tenazas o escaleras para pellizcar, trallas. Reconozco que aquello no me lo esperaba en absoluto, fue una auténtica inmersión en la fiesta. Estaba presenciando “la loca diversión villandurga”. Y este era su museo, custodiado por jóvenes.

Los enmascarados de Villanueva de Valrojo el Martes de Carnaval.

¿El sancta sanctórum de las creencias de una comunidad?

En efecto. Un lugar de “culto”, allí estaban los símbolos de la fiesta. Tenía la sensación de que presenciaba algo “inmaterial” compartido. Los chicos y chicas entraban vestidos de paisano y salían transformados en “cencerros”. Pude comprobar que las nuevas generaciones formaban parte del ritual villandurgo, pequeñines o “cencerricos”, mozalbetes y rapaces de mediana edad, con mayor participación femenina. La transmisión generacional estaba asegurada.

¿Cómo afrontó el código de hospitalidad en sus relaciones con la gente?

Me iba dando a conocer diciendo que venía de Cádiz a estudiar sus carnavales. Ello daba pie inmediatamente a conversaciones. Se extrañaban de que en los días grandes de la fiesta gaditana por excelencia estuviese allí con ellos, y esa fue una línea de “discurso” que me facilitó abrir diálogos, conocer personas, y sobre todo visitar mucho el bar, el único de Villanueva, donde todo el mundo se concentraba y era el auténtico salón-casino donde todos se daban cita, incluso las señoras jugaban sus partidas de cartas. Era otro “sancta sanctorum”, y allí tomé nota de muchos detalles, hice fotos y tenía atento el oído. Me presentaron a artesanos de la fiesta, como Carlos Andrés Santos, su hijo Raúl (presidente de la Asociación Cultural “Los Antruejos”), Luis Miguel Lorenzo Vega “Luismi” (del bar “Otra Cosa”), Jesús Eduardo Andrés Mozo (tesorero de la citada Asociación). En todo momento explicaba quién era y qué hacía allí, creo que fue la decisión acertada, tanto éticamente como porque me abría “puertas”. Estaba ante los posibles informantes de mis encuestas. Importante compartir la “comensalidad”: en el bar, en el salón, en la cuestación de chorizos.

Al acercarse los carnavales, explique la lenta aproximación al rito.

Tras las primeras presentaciones el Viernes de Carnaval a mi llegada, ese día hubo una fiesta en el Salón de los Antruejos con música de un conjunto musical. Agotado por el viaje desde Cádiz y la intensidad del día (prestar atención, dialogar, anotar, memorizar detalles para anotar más tarde, pues no me parecía adecuado interrumpir conversaciones para escribir en el cuaderno de notas) me despedí de la alcaldesa y me refugié en el hostal.

Las largas mañanas y primera parte de la tarde las dediqué a viajar por la comarca. Acompañado de algunos de los textos cedidos por la alcaldesa, cámara de fotos y cuaderno de notas, me adentré en la tierra de Aliste hasta cruzar la raya y visitar poblaciones como Mahíde de Aliste, Flechas, Riomanzanas, Moldones, Nuez, Trabazos y Quintanilha, regresando por Bercianos de Aliste y Torres de Aliste. Los días siguientes subí a Puebla de Sanabria y me interné por Ungilde, Robledo, Rihonor de Castilla y Rio de Onor de Portugal. También me acerqué a Linarejos y Santa Cruz de los Cuérragos. El último día lo dediqué a la comarca del Tera. Estas excursiones me ayudaron mucho a entender la geografía, el paisanaje, la arquitectura, a vivir los crudos días de invierno recorriendo carreteras solitarias en medio de bosques de carballos. Una auténtica inmersión, necesaria y fructífera.

Vecinos de Villanueva de Valrojo conversan con el autor de la entrevista.

Cuáles fueron los momentos más intensos desde el punto de vista del antropólogo?

Para mí sin duda estar en la calle presenciando las concentraciones de personas: el baile en la plaza ante la iglesia con conjuntos de música popular (gaita, dulzaina, tamboril…) con los trajes tradicionales de la comarca de La Carballeda: las mujeres con sus mantones negros y los hombres con sus capas alistanas; los “números” en la plaza, las carreras por el pueblo de los “cencerros”. Grato recuerdo tengo del “lunes de chorizos”, la ronda de casa en casa en la que la comitiva iba recibiendo chorizos y otras viandas, botellas de vino, incluso un vecino invitó a queimada en su casa. Una experiencia inolvidable, bajo las estrellas, por calles poco iluminadas, en medio de la naturaleza, con una interacción comunitaria excepcional. En el año 2019 volví de nuevo por carnavales con unos amigos y pudieron comprobar in situ en qué consistía “ir a chorizos”.

¿Qué tuvo de especial la noche del Martes de Carnaval hasta que apareció la comitiva del Demonio y sus secuaces, el colofón de la fiesta?

El momento álgido y mágico de la fiesta es la salida de los Demonios el Martes de Carnaval, momentos antes de que finalice el día y dé comienzo la Cuaresma. Todo el pueblo vive ese momento con auténtica pasión, es como la renovación de un rito ancestral que se ejecuta cada año esa noche. Vecinos y forasteros estaban expectantes en el Salón los Antruejos esperando la llegada del “Demonio y sus secuaces”: caretas, capas, tornaderas y el caldero quemando romero purificador. Todo bajo la noche que por suerte estaba estrelladísima. La excitación en los rostros de las personas, mayores y pequeños, iba en aumento a medida que escuchaban los cohetes que anunciaban que los “demonios” ya estaban en la calle. Son momentos que para mí fueron muy densos: fotografiar, observar, preguntar, estar cerca de la comitiva… Y al final las despedidas de los villandurgos, pues me iba el miércoles por la mañana. Un auténtico laberinto, pues no quería dejarme a nadie sin mostrarle mi agradecimiento.

Han pasado tres años desde aquella primera aproximación al Carnaval de Cencerros. ¿Cómo explicaría este ceremonial carnavalesco a alguien que no lo conoce?

Pues le diría que en primer lugar, antes de visitar Villanueva de Valrojo, lea algunos textos acerca de estos ritos ancestrales, que conozca la comarca sin prisas, con espíritu de viajero más que de turista. Luego que pernocte unos días en la zona, que conviva con su gente, que interactúe con ella, que asista a los bailes en la plaza o en el Salón, que escuche la magia de los cencerros por las calles en un contexto muy auténtico. Son gente muy hospitalaria, lo cual hago extensivo al resto de poblaciones que visité, abiertas y que muestran su orgullo por sus tradiciones y tesoros etnológicos, que son muchos.

Generalmente, se escribe poco de su estética, ¿cómo la definiría?

Para mí resultaron novedosos en general los trajes de la comarca, cuya primera aproximación fue en el Museo de Bragança. Los atuendos de los personajes de los Carochos de Riofrío, por ejemplo. O el colorido de los del carnaval villandurgo: las máscaras coloridas, ahora de pasta de papel; las blusas de colores vivos; y cómo en el disfraz forman parte fundamental los cencerros, que une la fiesta con el ritual ancestral por varios motivos: el recuerdo de la economía ganadera desde tiempos inmemoriales; ruido para ahuyentar a los espíritus del invierno y reavivar la naturaleza, para despertarla, y de forma paralela animar a sus habitantes, pues estamos ante la fiesta mayor de Villanueva de Valrojo. Una estética física con efectos de homeostasis, de eficacia simbólica y psicológica. Sonidos cargados de simbolismo. Caro Baroja, en su estudio sobre los carnavales se hizo eco de la importancia de las formas de ritual que poseen valores estéticos, un plus importante, aducía, para garantizar su continuidad en el tiempo. Y no andaba errado en absoluto D. Julio.

Distintos participantes del rito de Cencerros posan el Martes de Carnaval.

En sus conversaciones con los habitantes del pueblo ¿escuchó que los vecinos lamentaran que, a veces,  se sienten utilizados por quienes les visitan?

En efecto, Raúl Andrés, el presidente de la Asociación “Los Antruejos” en el 2017, me confesó que en ocasiones habían recibido visitas de fotógrafos de medios de prensa, periodistas, estudiosos, pero que apenas habían compartido con ellos sus trabajos y en ese sentido sí se sentían “utilizados” por los “intelectuales”. Tomé buena nota de ello, esta conversación fue el primer día de mi llegada, el viernes. Le expuse el objetivo de mi estancia en Villanueva y me comprometí, como había hecho con la Alcaldesa, a compartir con ellos mis conclusiones, cosa que por supuesto ya llevaba en mi agenda y consecuentemente hice.

Ha hablado alguna vez del compromiso ético de los investigadores. ¿Qué devolvió a los habitantes de Villanueva de Valrojo tras su convivencia con ellos?

En primer lugar, volví al año siguiente, en febrero de 2018. Asimismo, en 2019 avisé a la Alcaldesa y a mis informantes de la presentación del libro en la Diputación de Zamora, y tuve el honor de que asistiese una nutrida representación de villandurgos que me acompañaron en el Salón de Actos de la Diputación ante los medios de prensa. Asimismo, tanto al Ayuntamiento como a los/las informantes les hice entrega de un ejemplar, algo obligado, pues habían colaborado desde el principio en lo que luego pasó al papel, al negro sobre blanco. Mi reconocimiento quedó expresado en el propio texto, citando sus nombres y apellidos: los de los siete  informantes, los de los participantes en una mesa redonda que hicimos en un saloncito del bar “Otra Cosa”, así como los de otras personas con los que tuve mucho contacto.

Asimismo, meses más tarde, la Alcaldesa me pidió que emitiese algo así como un informe sobre los valores de la fiesta a fin de presentarlo en la Diputación zamorana para solicitar que la fiesta fuese reconocida como de “interés turístico regional”. Con mucho gusto se lo remití.

¿Le preocupa que la UNESCO haya recogido en sus informes que este tipo de fiestas, en cierto modo, se caracterizan por su fragilidad?

Sobre esto habría mucho que analizar. Si fragilidad se refiere a transmisión generacional, no puedo estar de acuerdo porque he vivido la fiesta y su soporte es tanto de la población que reside en Villanueva como de la que lo hace fuera, pero que está en contacto con la Asociación y promueve su vitalidad. El problema puede estar en el vacío demográfico, que es otra cuestión. Como recogen el Catálogo da Máscara Ibérica y los estudios de Hélder Ferreira, Calvo Brioso, Pinelo Tiza, Rodríguez Pascual o Chany Sebastián, estas fiestas de invierno y mascaradas están siendo revitalizadas gracias al trabajo de asociaciones con participación ciudadana. Ejemplos son  vuestra Asociación Cultural con “Los Carochos” de Riofrío de Aliste, donde por cierto me detuve cuando iba desde Tábara hacia Ferreras de Arriba, o la ya citada, “Los Antruejos”, de Villanueva de Valrojo. Esas son fortalezas a mi modo de ver.

¿Qué aspectos religiosos comparten en sus tradiciones los indígenas americanos, los dogones de Malí, la tribu Lahu de Tailandia o los villandurgos de Villanueva de Valrojo?

Hablar de indígenas americanos es muy amplio (desde Alaska, esquimales, Canadá y Estados Unidos, mesoamericanos, andinos…), aparte de que desde hace siglos han sido integrados o aculturados en las vecinas sociedades angloamericanas o hispanas. Pero por centrarnos en rasgos generales, como todos los pueblos cazadores-recolectores, destacaría su profunda relación con el entorno natural en el que veían su supervivencia. También utilizaban máscaras para representar a sus dioses, para ahuyentar miedos y para mimetizarse con el sol, la lluvia, la naturaleza, las fuentes de subsistencia. Hay que llevarse bien con los dioses, espíritus, etc. Es algo actual, no lo olvidemos.

En el caso de los dogones, sus danzas awa y sus rituales con máscaras son o eran formas de honrar a los antepasados así como una estrategia para unir y mantener la paz entre las distintas facciones de esta etnia. O sea, un método para lograr un equilibrio social. No tengo noticias de rituales del grupo étnico lahu, muy heterogéneo y repartido entre China, Laos, Vietnam y Tailandia. Pero respecto a los villandurgos, y como han puesto de manifiesto sociólogos como Durkheim o antropólogos como Evans-Pritchard, estas tradiciones tienen una finalidad tendente a asegurar la “solidaridad social” de las comunidades. Los enmascarados, y los espectadores, asisten a una especie de “catarsis” liberadora de las tensiones y que asegura la continuidad de la vida social. Estas ceremonias mantienen la cohesión, dan sentido al vivir cotidiano, son un hito en el calendario anual, esperado con ansias por la población, sin distinción de género o generación. Son ritos de transición que se renuevan cada año, al igual que la misma naturaleza.

Como factor común destacaría que en todos los casos se trata de mantener las “señas de identidad” de una cultura, no olvidar sus orígenes y “comulgar” con sus ancestros, no olvidarlos, actualizarlos. Igualmente con las fuentes de subsistencia tradicionales: en el caso de Villanueva de Valrojo la ganadería, de ahí la presencia de máscaras con tipos loberos o las del Demonio con cuernos de vacuno, corcho, lana de oveja. Durkheim lo definía como “simpatía mística”, magia simpática para Frazer. En el caso de Riofrío, los carochos grande y chiquito, y el resto de participantes ejecutan una obra de teatro en la calle, y están presentes el pastor o macho cabrío, colmillos, cencerros, fertilidad, hilanderas, el lino…, una recapitulación de la historia alistana.

¿Sin la magia de los ritos, los pueblos acabarían por desaparecer?

Si no desaparecer sí que perderían su conexión umbilical con sus esencias más ancestrales. Y en ese sentido, desaparecerían sus mitos de origen, algo que nos vincula con la historia, con el territorio, con nuestro espacio vital. Es el patrimonio inmaterial que hemos heredado y al que cada pueblo debe darle continuidad generacional. Por ello las insistencias de la UNESCO en preservarlo y revitalizarlo.

¿Qué lugar ocupan los dioses para los campesinos de las sociedades rurales, sea en la actualidad, sea hace 2.500 años?

No es fácil responder a esta pregunta, especialmente hoy en día, o en un sentido más preciso a partir de los siglos XVIII y XIX, con las corrientes iluministas de la Ilustración y el racionalismo laico. Pero como han expresado autores como Blázquez o Eliade, en sus estudios sobre la función de la religión en los pueblos, los dioses, sin distinción de credos, han jugado un papel “salvífico”, de explicación de fenómenos incomprensibles: dioses de la lluvia, de las cosechas, etc.

Una necesaria superestructura que amortigua miedos, ansiedades, deidades a las que se realizan sacrificios, ritos “propiciatorios”. Apolo era el dios de la agricultura y la ganadería; existía un dios maya del maíz, o “Mama Sara”, diosa inca del grano. El sustento de los pueblos campesinos dependía de la naturaleza y había que reverenciarla y “propiciarla”. Sigue sucediendo hoy en día cuando se invoca a imágenes, vírgenes, Dios, Yahvé, Alá, montañas, volcanes, fuentes, ríos, etc. Es un rito vigente, la religión sigue practicándose, y no solamente en sociedades rurales. Como ejemplo ahí están las peregrinaciones en todas las culturas.

¿Cómo conecta un gaditano los universales Carnavales de Cádiz con los de un pueblo muy pequeño de la vieja Castilla?

Ambos son señas de identidad de un pueblo, de una cultura. Creo que no es cuestión de tamaño, aunque es un factor importante. Más bien es una cuestión cualitativa, la fiesta del Carnaval es una forma de manifestarse como grupo social, de expresarse como comunidad. Y en ese sentido cualquier población, alistana, gaditana, tinerfeña o brasileña se muestra con sus ritos. En Riofrío de Aliste con “Los Carochos”, en Villanueva de Valrojo con los “Demonios”, en Cádiz con las  coplas en el Teatro Falla y en la calle,  y las cabalgatas. Distintas posibilidades y adaptaciones de la diversidad cultural y patrimonial. Todas igualmente importantes, necesarias, heredadas y que debemos de transmitir. Vosotros lo estáis haciendo con vuestra revista y el museo Casa de Los Carochos. 

Manuel Barea en Rio de Onor (Portugal) durante su viaje