‘Intento transmitir el mismo respeto con el que a mí me ha tratado la realidad que he fotografiado’

Jose Manuel Navia es fotógrafo y es viajero. En su última parada ha caminado hasta Zamora, tierra que conoce bien, para presentar Alma Tierra: un homenaje a nuestras raíces, a la vida campesina, y a las personas que forman parte de ella. Alma Tierra se compone de un libro de fotografías –ya agotado- y de una exposición itinerante que recorre nuestra España Interior y en la que Navia refleja su particular visión sobre estos territorios olvidados.
La exposición Alma Tierra se puede visitar en estos momentos el Museo Etnográfico de Castilla y León (Plaza de Viriato, Zamora) hasta el 22 de Agosto.
¿Qué es y cómo surge Alma Tierra?
Alma Tierra es un proyecto de vida: desde que era un joven fotógrafo con 20 años me atrajo eso que llamamos genéricamente el mundo rural, la vida campesina. Para mí fue un tema fundamental de trabajo en distintos lugares de España. Yo nací en Madrid, pero soy nieto de personas que vienen del mundo campesino. La mitología con la que cada familia va envolviendo su paso por el mundo tiene un origen campesino; todas historias que tus abuelas te han ido contando tienen un origen campesino. Eso y mi atracción por la naturaleza y cierto gusto por la soledad (No soy de estar en grandes fiestas ni espacios bulliciosos, me gusta estar en ambientes tranquilos y valoro más la conversación del tú a tú que las reuniones de grandes grupos). Una serie de aspectos me fueron orientando hacia el mundo rural. En ese sentido, una prueba evidente es que cuando he trabajado fuera de España siempre he buscado la vida rural o la vida de la gente sencilla, de los oficios, de las tradiciones. Como por ejemplo de la elaboración del pan como en el caso de Inés Vara. Siempre me ha interesado ese contacto de las personas con la naturaleza y con sus orígenes. Entonces digamos que Alma Tierra venía a ser la consecuencia natural de esos intereses.
Alma Tierra surge en una comarca de Soria, con un trabajo personal que comienzo a hacer allí, en las Tierras Altas de Soria. Ese era un territorio que para mí era muy abordable para hacer un proyecto a largo plazo: Era asequible económicamente hablando y también es lo que inspira a Julio Llamazares para escribir La Lluvia Amarilla.
Lo que ocurre es que luego surge este boom de la España vaciada, de la España Interior como me gusta llamarla a mí, y entonces veo la posibilidad de buscar algo de financiación pública para ampliar el proyecto y trabajar en distintas comarcas de la geografía española, que terminan siendo las que aparecen en el libro y en la exposición.
En el libro aparecen 25 lugares. No he trabajado en todos últimamente, sino en 18 de ellos. Hay otros que son de archivo. El trabajo final se compone de un 75% de fotografías tomadas en directo en el territorio y un 25% de mi archivo, porque me parecía interesante mirar hacia atrás. De hecho hay alguna imagen que tiene más de 40 años, en los Ancares. Me interesaba esa combinación. De lo que he hecho ex profeso en el año 2018 -2019 hice la selección de esas comarcas pero podría haber elegido otras 100, porque el mismo problema atañe a buena parte de la España Interior.

¿Por qué elegiste estas comarcas?
Ahí es donde aparece la parte fotográfica. Es una mirada subjetiva de un autor que tiene unas experiencias concretas en unos lugares y con unas personas concretas. Ese componente subjetivo para mí fue muy importante.
Normalmente eran sitios que ya conocía del pasado y en los que me habían quedado ganas de profundizar. En concreto en vuestra tierra, Aliste, el motivo fundamental es que es una comarca que ya conocía porque hace unos años estuve trabajando en Moveros tratando el tema de la alfarería, que fue mi último trabajo en blanco y negro. Y como homenaje a ese trabajo aparece una fotografía en el libro, y casi nadie conoce mi fotografía en blanco y negro. De hecho una de las características de mi fotografía es el color, que vengo usando desde principios de los 80. Esa foto en blanco y negro que aparece en el libro tuve la suerte de que fue una fotografía premiada. Luego he vuelto por Moveros y he tenido contacto con la hija de esa alfarera; Mari Carmen, hija de Carmen, que también aparece en el libro.
Entonces por un lado me interesaba volver a esa comarca y luego había otro elemento, que era la figura de Teo Nieto, un cura rural que es una de esas personas que su actividad va mucho más allá de la actividad pastoral. Es un hombre implicado en la comarca, un verdadero teórico de la despoblación, es una de las personas que mejor entiende el fenómeno y mejor lo analiza. Y para mí es muy importante en cada sitio que trabajo tener algún contacto, una persona que te pueda dar una visión global. Entonces se juntaron por un lado mi interés desde antiguo por la comarca y por otro lado por Teo.

Respecto de la exposición y del libro de Alma Tierra, ¿qué esperas que se lleve el público de ellas?
Pues es difícil, porque una vez que los trabajos echan a volar, dejan de ser un poco tuyos. A mí lo que me haría ilusión, y creo que hasta ahora lo he conseguido es que la gente lo leyera como un homenaje. Un homenaje a una cultura, a unas personas y a una forma de vida. A una forma de vida que probablemente se tenía que acabar. Esa forma de vida casi autónoma en la que cada uno se hacía su propia casa, se tenían unos cerdos para criar, se hacía pan en casa, en la que se manejaba muy poco dinero… Esa forma de vida se acabó o se está acabando. Y no quiero ser excesivamente nostálgico porque creo que se tenía que acabar. Pero lo que me daría muchísima pena es que pase sin pena ni gloria, porque creo que en esa manera de vivir hay grandes aprendizajes para la vida actual. Grandes aprendizajes.
A los que nos fascina el pasado, y desde luego es mi caso (Ya sabes que estudié filosofía y antropología), no se trata de querer volver atrás. Eso es absurdo. Es una nostalgia que deriva en melancolía, lo que termina siendo una enfermedad del alma. No se trata de volver atrás, sino de hacer valer todo lo valioso que tuvo una cultura y una forma de vida que ha acompañado a las personas durante muchos siglos. Porque el cambio ha sido en términos históricos muy reciente. A mí me importa mucho esa labor de homenaje y de respeto, de intentar transmitir el mismo respeto con el que a mí me ha tratado la realidad que he fotografiado.
A mí todas las personas que aparecen en el libro, incluso los paisajes y los lugares, me han tratado con un gran respeto. Y a mí me gustaría transmitir ese respeto.
No lo suelo comentar pero no me gusta mucho que se tome este trabajo como un trabajo de denuncia o de querer buscar soluciones a la despoblación rural, porque yo no soy ni un sociólogo ni un político.
Mi trabajo es un trabajo de creación, es un trabajo subjetivo. Lo que pretendo es dar una mirada, y utilizo la fotografía para hacerme preguntas y para transmitir esas preguntas a los demás, yo no tengo respuestas.
Pero sí intuyo que ahí hay una realidad en eso que he podido tocar con la punta de los dedos o con el objetivo de mi cámara, como lo quieras llamar. Una realidad que merece la pena ser contada por su gran riqueza cultural, por su gran riqueza conceptual. Y eso es lo que he pretendido, contar mi punto de vista. Mi experiencia viajando por esa España Interior.
Pero no tanto hacer un tratado, porque de todas las soluciones que se proponen para la despoblación pues hay algunas con las que estoy muy de acuerdo pero otras que me parece que no van a aportar nada y que van a acabar con lo poco que queda. Porque es muy difícil.
La siguiente pregunta era ¿Sobre qué interrogantes están planteadas las imágenes de Alma Tierra? No sé si ya me has respondido…
Pues me resulta complicado acotar aún más lo que te acabo de decir, pero sí te diría que hay algún interrogante fundamental, que es ¿Por qué tanto olvido?
Lo que me parece tremendo es que corra tan rápido una capa de olvido sobre ese mundo, sobre esas personas. Actuamos muchas veces como si eso ya no existiera.
Lo digo muchas veces, creo que España tiene los típicos complejos de los países que quieren ser modernos pero que han sido durante muchos años muy atrasados, y de repente quieren recuperar el tiempo perdido muy deprisa. Y hemos tenido una época en la que todo lo que oliese a rural, todo lo que oliese a campo, no interesaba. Ahora ocurre lo contrario, ahora está de moda. Está de moda la ecología, la naturaleza, lo rural. Pero está de moda desde los conceptos urbanos. Y no sé si eso es una solución o es peor, no sé qué decir. Porque no sé si los ciudadanos del entorno rural no prefieren que les dejen tranquilos a que les empiecen a marear con una serie de experiencias que no son las suyas, que no son las de su mundo. Es complicado.
El gran interrogante es ¿Por qué tanto olvido? ¿Por qué no se ha producido una transición como se va produciendo en tantos otros países? Porque en otros países europeos se produce el mismo fenómeno pero no de manera tan brusca, quizás porque no tenían los complejos que tenía España de ser un país atrasado.

Entiendo Jose Manuel que no has encontrado una respuesta para esa pregunta…
No, hay muchas pequeñas respuestas, y esta que te digo de pasar página con el pasado solo es una. Nuestros vecinos portugueses son muy distintos y tienen una relación con su pasado más saludable. Quizás tenga que ver con su carácter, que son más nostálgicos, más saudadosos.
Pero sí, hay una voluntad en España de ser modernos. Y lo notas en seguida al escuchar hablar a cualquier político: A todo se le quiere dar nombres modernos, para todo se usa el inglés… hay un cierto complejo. Y ese complejo lleva a tomar decisiones muy radicales.
¿Cómo describirías tu estilo y cómo lo reflejas en Alma Tierra?
Entre mis compañeros tengo fama de tener un estilo muy marcado, pero yo no soy consciente, porque si tengo un estilo muy marcado es fruto del paso del tiempo, mi estilo se ha ido decantando con el paso del tiempo y trabajando mucho. Intento ser muy honesto con lo que más me gusta. Es verdad que generalmente me gusta trabajar con un conjunto de luces que mucha gente llama luces más pobres, esas luces bajas, esas luces que quizás encuentras en cuartitos oscuros. Esas luces me gustan vitalmente. Cuando viajo fuera prefiero los días de climatología más adversa que los días donde luce un sol espléndido. Porque me parece que esas luces más pobres reflejan también estados de ánimo o sentimientos más complejos que son los que a mí me gusta transmitir con mi fotografía.
El sol nítido y las fotografías muy luminosas tienden a transmitir la idea de que todo está muy claro, y para mí todo está lleno de preguntas y de interrogantes.
Y luego me importa mucho también la distancia: ni estar muy encima de la realidad ni estar muy lejos, encontrar esa distancia de cercanía con las personas e incluso de cercanía con los paisajes.
Y hay también un tipo determinado de luces más envueltas, menos estridentes, un tono más oscuro en el trabajo, que te lleva a esa sensación de intimidad, de proximidad sin agobiar.
Odio esos efectos de gran angular exagerado donde la gente sale deformada. No quiero eso para mi fotografía. Yo quiero fotografiar a la gente, no deformarla. Y además considero que no tengo derecho a deformarla. No hay derecho a forzar la realidad, a fotografiar a alguien y que resulte grotesco para que la foto quede mejor. Eso no me interesa.
Yo busco un estilo más natural. Y al final, en mi caso, mi estilo surge de esas búsquedas que son mis intereses desde que comencé a fotografiar.
Hablando del estilo, hay una frase de Albert Camus que me gusta mucho. Una joven escritora americana que comenzaba estaba preocupada por su estilo y preguntó a Camus sobre ello. Él le respondió en una carta que había que tener cuidado para no utilizar fórmulas para forzar un estilo, que había que ser natural. Y le dice una frase muy bonita: ‘Las fórmulas son como el trueno, que impresiona pero no ilumina.’
Las fórmulas son muy peligrosas, muchos fotógrafos o escritores jóvenes cuando comienzan impostan un estilo para que se les identifique. Pero al final no es suyo. El estilo propio tiene que ser fruto de la decantación y del paso del tiempo, no hay otra manera de elaborar un estilo.

Jose Manuel, como buen artista, debes tener una pasión detrás. ¿Cómo surge tu pasión por la fotografía?
Me siento más identificado con la palabra ‘autor’ que con artista. Autor se asocia al mundo literario pero vale para todo. Autor es la persona que tiene un punto de vista personal en una obra, llamémosla, personal. Creo que la palabra artista está muy manoseada, también en la fotografía. Y es que en la fotografía, al igual que pasaba con España, ha tenido también sus complejos, y es esa cosa de no terminar de ser aceptada como arte, con mayúsculas. Entonces muchos fotógrafos se obsesionan con dejarnos claro que ellos no son fotógrafos sino artistas.
Yo creo que soy un fotógrafo autor. Tengo un estilo y un punto de vista sobre la realidad y unas ideas personales. No solo intento hacer fotografías bonitas o correctas, sino que también intento que transmitan algo.
Dicho esto, mi pasión por la fotografía surge como tantas otras cosas en la vida, de manera casual. Cuando era pequeño, tendría 12 años, mis padres, en concreto mi madre, haciendo un grandísimo esfuerzo y pagándolo a plazos (Vengo de familia humilde), me regaló un curso de fotografía por correspondencia. Por aquel entonces, a principios de los años 60 no había ordenadores todavía y era muy típico aquello de los cursos por correspondencia.
‘No solo intento hacer fotografías bonitas o correctas, sino que también intento que transmitan algo’
Se juntó que me querían hacer un buen regalo y que a mi madre, como buena andaluza, le fascinaba la fotografía. De hecho ella también hacía fotos bastante aceptables, nada más casarse se compró una cámara gastándose todos sus ahorros. Una cámara que para la época y para nuestra familia, pues era una cámara bastante buena, y fue la primera que usé. Ten en cuenta que por aquel entonces lo normal era que ni siquiera hubiera cámara de fotos en las casas.
Entonces ella proyectó su afición en mí de alguna forma. Pero a mí, como a cualquier chaval de 12 años, lo que me fascinaba más que tomar fotos era el revelado, el laboratorio, el cuarto oscuro.
Eso de meterte en una habitación con una luz roja, meter en un papel en una cubeta con un líquido y ver que ahí salía una imagen… eso es droga dura para cualquier adolescente que lo haya vivido.
Eso era fantástico, quedabas con los amigos para tomar fotos, luego por la tarde quedabas en el cuarto oscuro para revelar, con las amigas mejor aún. Era un espacio de paz donde no podía entrar nadie, no se podía abrir la puerta porque se velaban.
Para mí los primeros años eso era un juego. Pero llegó un momento cuando terminé el bachillerato que tenía que trabajar, porque en casa ya no daba para más y yo quería ir a la universidad.
No era un estudiante de dieces pero era un buen estudiante. En los últimos años de bachillerato me marcó mucho la filosofía gracias a los profesores maravillosos que tuve en esa época. Y tenía claro que quería ir a la universidad y tenía claro que quería hacer filosofía pura.
Y como tenía ahí la fotografía, me iba ganando la vida con ella. Era la época de la transición, había muchas pequeñas revistas de barrio, y empecé a colaborar mucho con editoriales de libros de enseñanza.
Ahí comenzaron a renovarse las editoriales de libros de texto para escuelas. Cambió el mundo de la enseñanza, y los libros de texto tenían que ir llenos de fotos.
Y luego surgió también el mundo que llamaban de los medios audiovisuales: las diapositivas, las casettes, y ahí encontré la manera de ganarme la vida. Primero de forma autónoma, luego trabajando desde los veinte años en una editorial, en SM. Ahí aprendí mucho y además me permitió financiar y terminar la carrera.
Y cuando terminé, lo hice convencido de que me iba a dedicar más al mundo de la palabra, que siempre me ha fascinado también. Pero luego empecé a descubrir la historia de la fotografía. Es decir, al principio para mí la fotografía era una técnica que me permitía hacer fotos bonitas y ganarme la vida. Pero descubrí las grandes figuras de la fotografía como Cartier-Bresson, y sobre todo a los americanos, que tenían un perfil muy cercano a lo que a mí me interesaba: eran gente que más que cerca del arte, estaban cerca del humanismo, de la antropología, de la sociología.
Y pensé que yo había estudiado filosofía, pero que también tenía en las manos un lenguaje que me permitía intentar trabajar a partir de ese lenguaje. Y así, justo al poco de acabar la carrera, me empiezo a dar cuenta de que la fotografía es mi vida. Que diez años después de aquel curso por correspondencia que me regaló mi madre, sin darme cuenta la fotografía se ha acabado convirtiendo en una forma de vida.
Y de manera natural también en la de mi mujer. Nos casamos muy jovencitos, y trabajamos juntos Carmen y yo en aquella editorial. Ella por formación es ceramista y pintora, pero por actividad profesional siempre ha trabajado conmigo en fotografía como editora. De manera natural la fotografía se ha ido convirtiendo en nuestra vida.
Jose Manuel, ¿Por qué lugares has tenido la oportunidad de trabajar en tu carrera?
Los primeros años en la editorial SM los considero unos años de aprendizaje maravillosos, sobre todo porque me pagaban. Fueron años de viajar por toda España y mi fascinación por nuestro país nace en esos primeros años.
Pero en seguida empecé a viajar fuera. Comencé a trabajar en una agencia de fotógrafos y ahí te toca viajar y cubrir noticias. De hecho el salto a la prensa lo di porque me fui por mi cuenta a cubrir el famoso terremoto del El Salvador en los años 80. Y tuve la suerte que a una de mis fotografías de ese trabajo le dieron un premio, el premio Fotopress, que entonces era un premio muy importante. Al Salvador llegué dos días después del terremoto y la intención era fotografiar la devastación que había dejado. Y me di cuenta de que mi interés no era ser un fotógrafo típico de guerra o de catástrofes. Pero sí me interesaba ver el mundo y andar por él.
A mí siempre me ha interesado partir de mi propia cultura. En fotografía tengo pánico a lo exótico. Hay en muchos fotógrafos esa fascinación por conocer lo que llaman ‘otros mundos’: La India, China. Y a mí eso siempre me ha dado mucho miedo porque creo que cuando estamos en lugares exóticos es inevitable fotografiar más superficialmente. Lo exótico siempre nos llama la atención y yo creo que lo difícil es hacer una fotografía cargada de emotividad y de interés en un pueblo a 50 kilómetros de tu casa.
En mi caso tenía algo de miedo a ese planteamiento exótico y lo que hice siempre fue partir de mi cultura. Y en esa línea las primeras salidas lógicas para un fotógrafo fueron América Latina, por todo lo que compartimos, Portugal y Marruecos. Y el Mediterráneo, sobre todo el Sur del Mediterráneo.
‘Lo difícil es hacer una fotografía cargada de emotividad y de interés en un pueblo a 50 km de tu casa’
Y te diría que todo mi trabajo ha partido de esos ejes. Pero cuando viajé a Portugal me di cuenta de la importancia que había tenido su antiguo Imperio. Cuando comencé a trabajar en Portugal lo hice con la idea de hacer un libro sobre este país, pero me di cuenta en seguida que era muchísimo más interesante hacer un libro sobre la lengua portuguesa, sobre los lugares donde los portugueses habían dejado su huella.
Y es que los fotógrafos andamos mucho detrás de las huellas, intentamos fotografiar el pasado a través de las huellas que el pasado deja en el presente, que es un poco lo mismo que pasa en Alma Tierra.
Entonces seguir a los portugueses por el mundo es dar la vuelta al mundo, porque estuvieron en Brasil, las grandes colonias africanas (Angola, Mozambique, Cabo Verde), luego hacia Oriente en Macao y Timor en Indonesia.
Luego desde el principio de los 90 he viajado sistemáticamente a Marruecos, un país con el que compartimos mucha historia.
También, empujado por la biografía de Cervantes, he trabajado mucho en la otra Castilla, no en la vuestra sino en Castilla La Nueva. Y también por los lugares donde Cervantes estuvo como Argelia o Túnez, que son países muy cercanos a nosotros y a donde han emigrado muchas veces los españoles.
Siempre he intentado partir de nuestra cultura y de ahí me he ido moviendo por todos esos lugares.
Después de tantos años tomando fotos, ¿dirías que tu libertad es menor, igual o mayor que el primer día?
Uy la libertad… La libertad es un problema. Como explica el Quijote en un párrafo famoso cuando dice que ‘por la libertad vale la pena arriesgar no solo la bolsa sino la vida’.
No sé, yo he tenido la suerte de que he trabajado con bastante libertad. Eso tiene un precio, porque podría haber trabajado de otra manera y haber ganado mucho más dinero.
Yo pertenezco a ese grupo raro. Raro pero que existe, que a los que le preocupa mucho el dinero creen que lo decimos de palabrería. Claro que queremos tener dinero y comer todos los días ¡Faltaría más! Nadie quiere ser pobre de solemnidad, eso es una tontería. Pero nunca he antepuesto el dinero. Entonces, cuando se me han ofrecido trabajos que podían ser muy rentables pero sentía que me hacían renunciar a demasiada libertad, casi nunca he optado por la rentabilidad. La libertad es una transacción: Tú intentas que te quiten la menos posible, y eso tiene un precio que casi siempre se contabiliza en dinero.
Hay otra persona en nuestro equipo, Marta Martín, que se unió en los 90 y desde entonces llevamos juntos trabajando en todos los temas de producción, y ya somos como una familia. Y para nosotros el dinero nunca ha sido lo más importante. Necesitamos un mínimo, eso sí, pero es un mínimo que a muchos compañeros les sorprendería, porque cuando tienes cierto nombre (O prestigio o como lo quieras llamar) parece que eso va asociado a que si has tenido éxito profesional está unido a éxito económico también. Y para nada es así. En estas profesiones no tiene por qué ir unido. Ahora bien, yo estoy feliz y tenemos mucho más de lo que necesitamos.
Sí, siempre he peleado por conservar esa parcela de libertad y, mirando hacia atrás desde mi edad, si de algo pudiera sentirme mínimamente orgulloso es de que cuando he tenido que elegir, siempre hemos elegido sacrificar esa libertad lo menos posible.

Acompañas tus libros de fotografía con textos literarios de diferentes escritores. En el caso de Alma Tierra hay un texto de Julio Llamazares y citas en las fotografías. ¿Qué es lo que aportan los escritores a tu fotografía?
Pues me gusta mucho utilizar las citas. Para mí la palabra y la imagen son dos lenguajes muy complementarios.
Me encantan los libros que solo tienen imágenes. De hecho, tengo algún libro donde las imágenes son solo un discurso visual. Llevan un prólogo de un escritor pero las imágenes van solas.
Pero algunos de mis libros más personales sí que utilizan ambos lenguajes, primero porque para mí se complementan muy bien. Hay gente que opina que si tú utilizas palabras es como decir que la imagen no es suficiente. O que si utilizas imágenes es para ilustrar las palabras.
Bueno, no necesariamente es así. Es una manera de verlo, y a veces es verdad. Y cuando ocurre eso es un fallo. A mí personalmente utilizar textos para ilustrar fotografías o utilizar fotografías para ilustrar textos no es lo que más me gusta. Prefiero que ambos se complementen.
Pasa un poco lo mismo que en el cine. Cuando comenzó el cine sonoro, para directores de cine que eran muy puristas eso era como el final del cine. Porque para ellos el cine era imagen, aunque en algunas ocasiones lo acompañasen de texto para explicar mejor la imagen.
Pero luego llega una nueva generación de directores que hacen un trabajo maravilloso combinando la imagen, la palabra y la música.
Las cosas según se utilicen pueden restar o pueden sumar. En mi caso, la palabra la uso para intentar que sume, aunque no siempre lo consiga.
En alguna ocasión has dicho que en la fotografía no solo hay que ver la calidad de la imagen sino la intención que tiene detrás. ¿Cómo se transmite ese objetivo a los espectadores que están viendo una exposición o mirando un libro de fotografía?
Claro, eso es lo difícil. Creo que la calidad es la premisa, es el paso previo. Un trabajo fotográfico tiene que tener calidad fotográfica. Otra cosa es saber a qué llamamos calidad, porque los conceptos de calidad cambian con el tiempo. No todas las fotografías tienen que ser perfectamente nítidas, también pueden estar trepidadas. El lenguaje fotográfico es muy amplio.
Pero tienen que responder a un criterio de calidad fotográfica. Pero si te quedas ahí solo, no hay comunicación. Es algo frío. El espectador lo ve y dice ‘qué fotos más bonitas’, y se queda ahí. Yo creo que hay que dar otro paso, y ese otro paso se logra desde la sinceridad del autor, y eso es cuando tú has tenido una experiencia potente en el momento de la toma de la foto.
Un ejemplo evidente que, por desgracia, se hace a veces en fotografía, es el siguiente: Si llego a casa de Inés y le digo ‘Señora, usted me han dicho que hace pan en casa. ¿No le importa si se pone un momento como amasando harina, y yo le tomo unas fotos?’ Evidentemente eso no funciona.
La idea es tener una experiencia lo más auténtica y lo más sincera posible. Y me suele ocurrir que a quienes fotografío son muy generosos conmigo y me invitan a acompañarles mientras hacen lo que hacen, sin acelerar el proceso.
Si quieres transmitir algo, tienes que vivir la experiencia fotográfica de lo que se está haciendo. Y lo mismo ocurre cuando es delante de un paisaje. Tú tienes que tener la experiencia de ese paisaje con la mayor intensidad posible, y algo de esa intensidad luego va a quedar en las imágenes.
En cambio si tu única preocupación es hacer buenas imágenes, entonces mala cosa, porque eso se va a notar. Si tu verdadera preocupación es tener experiencias intensas y experiencias sinceras, creo que algo de eso va a quedar en las imágenes.

A lo largo de esta entrevista estamos conociendo qué tiene Navia en la cabeza cuando desarrolla un proyecto pero, ¿Qué llevas en tu mochila?
Intento lo primero moverme con mucha libertad y con mucho tiempo. Intento llevar en mi mochila siempre tiempo, que es lo más caro. El tiempo de trabajo sobre el terreno es caro. Son hoteles, gasolina, desplazamientos…
Pero no puedes llegar a los sitios y marcharte corriendo. Por ejemplo en Alma Tierra nunca he estado en una comarca menos de una semana. En Aliste creo que estuve 10 o 12 días.
No puedes ir con prisa, porque entonces vamos mal. El tiempo es lo primero que llevo siempre conmigo.
Luego llevo un equipo muy sencillo, tanto mi equipo fotográfico como mi propio equipaje. Todo lo que uso es sencillo y que pese poco, pero que sea de calidad, sobre todo el equipo fotográfico. Debe ser algo con lo que me sienta cómodo.
Intento conservar mi equipo mucho tiempo para sentir que mi relación con los materiales sea lo más cercana posible, casi biológica. Yo cojo la cámara y casi sin mirarla la manejo de forma automática como si fuera un apéndice más de mi organismo.
Y por supuesto, un elemento fundamental que siempre me acompaña es la lectura. Libros que a veces tienen que ver con el tema en el que estoy trabajando y que a veces no, o al menos no directamente.
Y mi cuaderno de notas. Donde voy apuntando las localizaciones de las fotografías que voy tomando y las cosas que me va diciendo la gente y que, si te fijas, luego son las que conforman los textos de los libros. Me gusta combinar las citas de grandes autores con las citas de gentes sencillas y, además, las pongo al mismo nivel como has visto en Alma Tierra.
Siempre digo medio en broma que si me roban la bolsa del equipo, lo que más me dolería es la libreta de notas, porque todo lo demás vale dinero y es reemplazable. Las fotos solo perdería las que hubiese tomado ese día porque siempre procuro tener una copia de seguridad.
Pero desde luego de lo que no puedo hacer una copia de seguridad y perdería irremisiblemente es esa libreta de notas donde igual llevo notas de dos meses atrás. Eso solo lo he perdido una vez en mi vida y reconstruirla fue un verdadero drama.
Al final mi equipaje tiene que ver con mi propia vida y mis intereses. Es un poco tópico pero no es mala guía aquel poema de Antonio Machado ‘Ligero de equipaje’. Si te sientes viajero, y después de tantos años no cabe duda que es como me siento, aunque a veces viaje a 10 km de mi casa siempre lo hago con actitud de viajero, no de turista. Si te sientes viajero, un equipaje ligero y fiel es la mejor compañía.
Jose Manuel, tu comenzaste en este mundo en analógico y lo has visto evolucionar de una forma increíble hasta las cámaras digitales de hoy en día. ¿Echas algo de menos de ese mundo original que tú conociste?
Pues siempre hay alguna cosa que echas de menos, pero la vida es una historia de pérdidas y ganancias. Pierdes unas cosas y ganas otras. No soy exageradamente nostálgico. Y es curioso porque en todo mi trabajo está muy presente la nostalgia, esto también es evidente en Alma Tierra.
Incluso tengo un libro que se llama ‘Nóstos’, la raíz de la palabra nostalgia, y que es una reflexión sobre la idea del viaje como metáfora de la vida.
Pese a que la nostalgia desde el punto de vista intelectual es muy importante, y para mi fotografía es fundamental la idea de la nostalgia. Pero vitalmente yo no soy nostálgico, voy trabajando con lo que la vida me da día a día. Entonces esto del digital llegó como un aluvión. Nosotros teníamos todo preparado para trabajar en película, además en mi caso para trabajar en color, que en película es algo complicado. Y tuvimos que adaptarnos. Hablando con compañeros comento en broma que el digital nos pegó en plena línea de flotación. Me pilló demasiado joven para ignorarlo, me pasé al digital con 49 años, y me quedaba mucha carrera profesional por delante (espero que todavía me quede algo) y no podía ignorarlo. Y demasiado mayor para disfrutarlo plenamente. Entonces al principio fue un poco calvario. Pero ahora mismo, si me propusieran volver a la película, creo que diría que no.
Diría que no porque utilizo muchas imágenes de archivo. Cuando me pasé a digital, en 2006, dejé de utilizar la película. Lo hice de forma radical, como cuando me pasé de blanco y negro a color. Para eso soy algo radical, porque si andas con medias tintas, no estás ni en un sitio ni en otro.
‘Para mi fotografía es fundamental la idea de nostalgia’
Tengo más trabajo anterior a 2006 que de 2006 a la actualidad. En muchos casos utilizamos fotografías analógicas y digitales y tengo la suerte como te decía de contar con Marta Martín en mi equipo, que es muy buena en posproducción. El trabajo de edición permite que casi no haya diferencias entre mi material analógico y el digital. Las hay, pero son poco apreciables.
A mí lo que más me asustaba es que tú a los 49 años ya tienes un lenguaje muy bien construido, ya sabes cómo te gusta hacer las cosas. Bien o mal, pero son las tuyas. Y lo que no quería era que el digital me cambiase la forma de trabajar. Y creo que eso lo hemos logrado.
Además de esto, el digital tiene muchas ventajas. Imagínate lo que ocuparía mi archivo si ahora le añadiese estos años desde 2006 hasta la actualidad…
Además, llevo unos años, 11 ya, viviendo en un pueblo de Toledo, en la zona de la mesa de Ocaña, atraído justo por ese mundo de Cervantes y la Mancha.
Profesionalmente mantengo un pie en Madrid, pero si me pude venir al pueblo es porque trabajaba en digital. Trabajando en químico sería una locura, porque necesitaría un laboratorio cerca y me pasaría el día en la carretera por temas de revelado.
Y nos permite que con Marta, que vive en Madrid, podamos estar trabajando simultáneamente en el mismo tema. Ella en Madrid y nosotros en el pueblo.
Todo esto es gracias a la tecnología. Y justo en este tema de la despoblación rural si algo puede animar a ciertas personas a vivir en el ámbito rural tiene que ver con la tecnología. No se trata de que haya buenas autopistas como piensan muchos políticos, sino de que haya buena conexión a internet.
Al pueblo no hay que irse a vivir para estar yendo todos los días a la ciudad como hace mucha gente, para eso te quedas en la ciudad. Al pueblo si te vas a vivir es para poder estar allí tranquilo y poder desarrollar allí tu trabajo, y desde luego ese es mi caso y si lo puedo hacer es gracias a la tecnología.
Recuerdo con mucho cariño la película, además trabajaba con cámaras Leica, que se adaptaban muy bien a mi trabajo. Y en aquel momento Leica no supo hacer bien la transición a digital, aunque ahora ya sí. No hubo problema, volví a las réflex de toda la vida, que son con las que había empezado y con las que sigo ahora. Al final de la época de la película todo se comenzó a degradar, porque como ya iba a venir el digital los laboratorios empezaron a ser peores, y todo empezó a funcionar peor. Entonces una vez que di el paso y pasé el purgatorio, ahora mismo estoy cómodo y no siento la necesidad de volver a la película.
¿Qué le queda por fotografiar a Navia?
Uff… Me queda todo porque no me queda nada. Verás, porque para mí no es tan importante el ‘qué’ sino el ‘cómo’.
Yo podría seguir haciendo Alma Tierra hasta que me muriese. Y lo mismo te podría decir de Marruecos, y lo mismo te podría decir de otros lugares. Es decir, me encanta volver a los sitios. Para mí lo novedoso no es un atractivo en sí mismo. Me importa más la calidad que la novedad. En ese sentido me queda todo, porque me queda seguir yendo a los lugares que más me atraen, y que por suerte son los lugares que no atraen a muchos de mis compañeros, donde me permiten esa experiencia de soledad, de relación solitaria con el entorno, las personas y los lugares.
Mira, desde hace años vengo desarrollando un proyecto en el entorno en el que vivo, en un radio de 50 kilómetros aproximadamente. Y para mí es tan apasionante como hacer Alma Tierra o como volver a Colombia, donde tuve una experiencia maravillosa. O a Guinea Ecuatorial, o a Marruecos o a Túnez. Me da igual. Creo que para mí el disfrute de la fotografía es el juego de mirar el mundo fotográficamente. El ejercicio de la mirada. Y ese ejercicio cuando lo haces de verdad, con pasión y con sinceridad, lo puedes desarrollar en cualquier entorno y lugar, sea muy cercano o muy lejano.
Me quedan infinitos temas. Mi preocupación no son los temas a fotografiar sino cómo fotografiarlos, cómo transmitir cada vez un poco más esa visión del mundo que a mí tanto me apasiona y me gusta compartir. No hay peligro, no se nos acaba el juego fácilmente.
