José Juan Mezquita, Gaitero y Tamborilero

José Juan Mezquita

“Alguien tiene que coger el relevo, a ver si sacamos una media más joven

De casta le viene al galgo, dice el refrán popular. Eso es lo que le sucede al gaitero y tamborilero José Juan Mezquita quien mamó de su madre y su abuela el amor por la música y la cultura tradicional. Natural de Riofrío de Aliste, este músico sobrevenido admite que sin los sonidos de la tierra se puede vivir, desde luego, pero se desperdiciaría uno de los mayores goces que tiene el hombre en el campo de las emociones y de la identidad. Animador de Los Carochos, desde su juventud, reivindica el folclore alistano por parte de toda la comunidad, no solo de unos pocos.

Con el folklore, tuviste la escuela en casa, primero con tu abuela y luego con tu madre. ¿Fue tu abuela la que de alguna forma plantó la semilla en tu madre y que luego pasó a ti?

Mi abuela Tomasa entendía de folclore como todos los de su edad de aquella época, por conocimiento adquirido. Mi abuela quizás conocía más folclore, porque fue criada de la mujer de un coronel y vivió fuera, y adquirió el conocimiento de aquí y de la zona con la que vivió con aquella familia.

Ella cantaba, bailaba, tocaba…

Tocaba el tambor como creo que la mayoría de los habitantes de cualquier pueblo de Aliste hace unos años. Antes todos tocaban el tamboril, mejor o peor pero lo tocaban. Como no había televisión ni teléfonos ni otra cosa pues todo el mundo aprendía a tocar música…

Desde que te salieron los dientes, solías ver a estudiosos de la tradición que venían a que tu madre les cantase canciones del folclore tradicional. ¿Cómo vivías aquellas visitas a deshora de personas desconocidas?

Lo cierto que es que entonces no me gustaba mucho… Yo veía que mi madre o mi abuela tenían algo que los demás querían, y lo querían de forma gratuita. Hoy lo veo de otra forma, y si pudiese volver a los años 80 hubiese animado a mi madre y a mi abuela a que hiciesen muchas más cosas de las que hicieron. Y hoy tendría un archivo que sería inmenso, pero no lo tengo.

¿Ellas cómo lo veían? ¿Estaban contentas con que viniese la gente a casa?

Ellas no le dieron mayor importancia en su día. Simplemente lo hicieron y se acabó. Mi madre nunca cobró por nada. Incluso algunas veces yo le dije ‘esto no se lo hagas gratis, que ellos van a sacar un rendimiento’ y respondía: ‘¿Y a mí de qué me vale todo esto? Recuerdo sus palabras: ´El día que yo me muera, que me quiten lo bailao. ¿Me voy  a llevar algo de aquí? No me voy a llevar nada’… Y tenía razón, los mayores saben de narices.

Tu madre, aparte de tocar el tamboril ¿también bailaba y cantaba?

Sí, y muy bien. Cantaba mejor que yo. Solía decirme que yo cantaba igual que un motor de regar… ¡Qué le vamos a hacer…!

De tu abuela te llevaste saber tocar el tamboril…

Sí, mi abuela con las tenazas de la lumbre y con otro hierro que había para atizar hacía música sobre la piedra de la boca del horno. Años después yo aprendí a tocar el tamboril y no me costó apenas esfuerzo ninguno aprender a tocar una jota, un llano, un agarrao, porque era el mismo ritmo que tocaba  y que ella me enseñó.

Y la gaita ¿quién te enseñó a tocarla?

Aprendí en las Aulas de Música de Aliste y Trás-os-Montes, de Trabazos, porque aquí no hubo gaitero desde no recuerdo cuándo si es que alguna vez hubo. Recuerdo oírle a mi padre que traían el de Cabañas, Sarracín o Ferreras porque aquí no había. Quizás sí que había gente que tocaba tres o cuatro canciones con el puntero pero gaiteros que supieran dar ritmo a la gaita nunca ha habido tantos en la zona… Y también hay que tener en cuenta que un tambor es muy fácil de construir pero una gaita ya no lo es tanto. Por ejemplo, requieres de una broca que habría en el mejor de los casos una en cada pueblo. Mi abuelo, sin ir más lejos, tenía una broca y no tocaba la gaita. Esto seguramente significa que mi bisabuelo o alguien de la familia tuvo que tener una gaita en su día.

Pero, ¿cómo empezaste a tocarla si no había gaiteros en el pueblo?

Bueno, ya estaba Jesús Ángel y de hecho otra mucha gente comenzó antes que yo: Carlos, Luis Miguel, Gonzalo…, a todos ellos los llevaba yo en el coche a Ferreruela y luego los padres nos quedábamos tomando algo mientras ellos estaban en clase.

¿Quién es mejor gaitero, tú o Gonzalo, tu hijo?

Indudablemente, Gonzalo, de eso no hay lugar a dudas.

Algo tendría que llamarte la atención para que te iniciaras en el instrumento,  ¿qué fue?

Pues verás, esto es como todo: a mí nunca me gustó ir a pescar, pero en alguna ocasión fui a pescar con tres o cuatro, llevábamos algo de merienda y continuábamos pescando. Después el tema de llevar merienda se acabó pero le acabé cogiendo el gusto a ir a pesca. Esto fue igual: un día hicimos una apuesta y entramos a clase en Ferreruela. Luego fuimos a Trabazos y allí apostamos con los padres de otros chicos que quien no aprendiese a tocar tres canciones pagaba un cordero. Todos aprendimos y al final todos acabamos pagando el cordero.

Luego participaste activamente en las Aulas de Música de Trabazos…

La escuela y el grupo de actuaciones forman parte del mismo proyecto y yo los apoyé durante muchas temporadas. Pertenecí muchos años a la Junta Directiva coordinando las actividades y también intervine en las actuaciones. Al principio de verano iba haciendo yo las cosas pero luego entraban los chavales jóvenes que te superaban rápido y eso nos llenaba de satisfacción.  Yo no me quiero poner medallas de nada pero hoy me da mucha alegría cuando veo por ahí, a aquellos chicos, a quienes enseñé a hacer lo que yo hacía y de alguna forma les puse la base musical. Eso me llena de satisfacción.

También colaboras con la Asociación Cultural portuguesa Lérias en Palaçoulo…

Sí, esta asociación tiene a día de hoy 11 años. En este tiempo ha caminado más a prisa que nosotros aquí. Se ha recuperado mucho material porque comenzaron muy a tiempo. Todas estas costumbres comunitarias aquí se han perdido y allí siguen manteniéndose. Por ejemplo, siguen teniendo el gaitero del pueblo, le han dado el valor que tiene esa figura y aquí se perdió. Gracias a las escuelas de folclore hay más gente que toca instrumentos, quizás lo tocan solos porque practican poco.  En Portugal, el gaitero se ha mantenido porque estaba en activo. Y allí se siguen haciendo estas fiestas de invierno, de folclore tradicional, cuando aquí ya las habíamos perdido. Aquí llegaban las fiestas y contratábamos una orquesta, buena o mala, pero una orquesta. Cuando vino Manolo Escobar con “el carro” cargó las gaitas y todos los instrumentos tradicionales y se los llevó… Hoy, para mí que tengo 58 años, la música tradicional sería Los Brincos y grupos similares,  que es con la que yo he crecido. Esta otra música, la de mi abuelo y mi abuela se perdió por el camino. Fíjate que mi hijo Gonzalo comenzó antes que yo, y en lugar de transmitirle yo la tradición, ha sido al revés. Entonces, ¿qué podemos transmitir nosotros a los que vengan detrás? La de Los Brincos, que es la que conocemos.

Este es el problema, ¿verdad? La gente deja de hacer algo en el pueblo, no se enseña en las casas y como tampoco se aprende en la escuela, en la práctica, no existe para las nuevas generaciones.

Por eso te decía antes que si es hoy, cuando vinieron a mi casa Miguel Manzano, Alberto Jambrina, Alberto Montalvo, etc, si me dejan volver a casa a finales de los 70 o principios de los 80, mi abuela a día de hoy sería un libro y mi madre igual.

Pero todavía no es tarde para volver a intentarlo, ¿no?

Sí, pero, ¿a quién se le pregunta hoy? Mira, este año tocamos en la clausura del Consorcio de Fomento Musical una jota que tocaba un gaitero de Sarracín. Hace 13 o 14 años  esa misma jota se la enseñó mi padre (Primitivo) a Gonzalo. Mi padre, no mi madre. José María Climent la tiene grabada en el disco “De Urzes y Madroños”, con algún cambio, pero la jota es la misma. Si es hoy hubiese convencido a mi madre para que la cantase, pero, ¿hoy a quién le preguntas? Y si yo te doy una opinión, ¿cómo contrastas si lo que yo te digo es cierto o no si no hay nadie para certificarlo? Por eso en Portugal han andado muy a tiempo porque tienen mucha gente para preguntar si lo que dice uno es o no es de la manera que se explica.  Aquí, por ejemplo, se recuperó el paloteo de Tábara, había dos o tres personas que se acordaban y recuperaron  algunas danzas, no todo. Si esto lo hacen 15 años antes, no habrían tenido 2 o 3 personas sino 200 en las que poder informarse.  A mi casa venían, también iban a casa de Julia, a casa de Augusto…, a casa de Feliciana, que era la que tocaba el tambor, porque mi madre bailaba,  Felicidad… Algunos no se prestaron  o no quisieron colaborar, quizás, porque  venían cansados de trabajar ahora en este tiempo y sin ganas de hacer caso a los que venían a que les cantaran o bailaran.

Tú, junto a Benicio Rodríguez  sois los que tocáis la gaita y el tamboril en Los Carochos. ¿Antes de vosotros quién animaba los bailes?

Jesus Ángel tocó muchos años, con él toqué el tambor algunas veces.  Gonzalo y Jesús también lo hicieron, y antes de Jesús estaba la gente que tocaba el tambor: Serafín, el padre de Anselmo, Enrique, Lucía, Gabriel de hecho tocó el tambor conmigo… todo el mundo sabía tocar un poco y apoyaba.

¿Imagino que también harías algunos personajes de los Carochos?

Sí, claro, yo hice el Tamboril, la Filandorra… varios años las dos cosas.

¿Cuál te gustaba más?

No tenía predilección. La Filandorra da mucho juego, el del tambor da mucho juego, y si haces otros y te metes en los papeles pues también dan mucho juego. Antes era diferente. Ten en cuenta que antes corrías detrás de tu gente. Si hoy vas a tirar ceniza en el Sagrao pues ya no es tu gente, no conoces a la mayoría y te cortas… Antes sí, echabas ceniza a tus conocidos y luego les dabas un abrazo y listos.

Si te pones a pensar, Los Carochos son una fiesta rica en sonidos (castañuelas, tamboril, cuerno, cencerros…) y de alguna forma te quedas con ellos, ¿no crees?

Sin duda, te quedas con ellos. Lo que El del Tamboril toca desde el principio al final es un pasacalles, lo que da pie a pensar que por falta de otros instrumentos. El Tamboril va solo por falta de gente que tocara otros instrumentos. Los cencerros: ahora se pone cualquier cencerro en la espalda y que suenen como quieran. Antes se escogían para que no sonasen igual, para que unos hiciesen un sonido más grave y otros un sonido más seco y fuese algo más melódico y compenetrado. Si son dos cencerros con sonidos iguales, esos sonidos se llegan a encontrar, a superponer. Si los cencerros suenan diferente, se compenetran y suenan más melódicos, y esto es algo que antes se buscaba. Cuando antes, en Nochevieja, se iban a pedir los cencerros ya se habían escogido previamente y se sabían los que tenían que ir en cada lugar. Ten en cuenta que la forja es diferente y suenan distinto. Antiguamente, cuando el ganado llevaba cencerros, ya se sabía de quién era el animal nada más escuchar el sonido de esos cencerros…  

Parece que hay escuela de gaitas y bailes para muchos años…

Pues sí, ahí está por ejemplo Roberto, que este año vino conmigo en San Antonio. Y el año que viene, si estamos por aquí, tendrá que arrancar a tocar la gaita, y le echaré una mano en todo lo que pueda pero ya alguien me tiene que coger el relevo, a ver si sacamos una media un poco más joven.

Sería muy interesante que os pusierais a enseñar a la gente, José Juan…

La gente aprende si quiere, si no quiere… Mira, Alfredo, Basilio, Pablo y yo aprendimos a bailar en casa de Lorenzo Vicente, y aprendimos bien, al menos aquel año nos valió para hacer Los Carochos. Pero yo desde aquel año no he vuelto a bailar. Y yo poco, pero aunque no baile lo veo hacer y sé en qué parte del baile están en cada momento. Pero me juego una oreja a que Alfredo y los demás, si nos ponemos ahora mismo, no son capaces ni de levantar los brazos como mandan los cánones… (se ríe). Y aprendimos a la vez… pero nunca lo volvieron a hacer y, es natural, se les olvidó…

Pasó rápido el tiempo escuchando historias de antes y de ahora, de aquí y del otro lado de La Raya. Quizás debamos quedarnos con que, con urgencia, se deben proponer más acontecimientos de folclore local que hagan que nuestra cultura y nuestras tradiciones pervivan y pasen de generación en generación ya que, no lo olvidemos, esa cultura y tradiciones son nuestras raíces y lo que nos define y distingue como comunidad.

Antes de comenzar la entrevista José Juan nos hablaba de que recuerda con añoranza que en sus tiempos, durante la preparación de Los Carochos, había mucha gente de todas las generaciones que arropaba a la fiesta y que ayudaba a preparar y compartían experiencias durante los días anteriores. Y que posteriormente, tras el día 1, se volvían a juntar todas esas personas de todas las generaciones a comer el chorizo y a comentar con los protagonistas qué tal había ido la actuación ese año, qué cosas habían estado bien, qué cosas se podían mejorar… Y así era como entre todo el pueblo, año tras año, se daba forma a la fiesta.

Recuperar esta convivencia previa y posterior con todo el pueblo es, sin ninguna duda, una de las cosas más importantes que podemos hacer todavía hoy.