Ángel G. Sigler, profesor y artista

“Los mitos y el folklore valen tanto para una sociedad de pastores-agricultores como para una sociedad tecnológica”

Angel G. Sigler
Ángel G. Sigler en su rincón de trabajo en Atenas

Lleva casi media vida en Atenas  dando a conocer el patrimonio material e inmaterial de España al público griego. Ángel G. Sigler ha colaborado con el Instituto Cervantes de Atenas impartiendo cursos sobre arte y cultura, experiencia que dio lugar al proyecto ‘Rutas inéditas por la geografía española’. Una propuesta sobre cultura del territorio en la que se viaja, literal y literariamente, por las carreteras secundarias de la geografía ibérica. Uno de sus programas preferidos es ‘Fiestas del solsticio de verano en Soria’, un itinerario que comenzó en Atenas con el estudio comparativo de los ritos de paso del fuego en España/Grecia y culminó con la asistencia al rito soriano en San Pedro Manrique. En 2015, crea, junto a Irene Martín Cortés, ‘Encuentros en Valdivielso’, un curso internacional de verano que pretendía fomentar y convertir al propio valle burgalés en objeto de estudio. Después de conocer de primera mano a Los Carochos se plantea abrir una vía de encuentro entre las mascaradas de invierno griegas e ibéricas.

ALFREDO RODRÍGUEZ / I.M.

¿Qué idea tenías de Los Carochos antes de acudir a Riofrío el 1 de enero de 2020?

Es una historia ya lejana en el tiempo. Mi interés por las mascaradas de invierno en general comienza con un libro de fotografías sobre las mascaradas de invierno en Bulgaria, que me regala uno de mis alumnos, donde me quedo fascinado por la invención y la fantasía que le ponen a la ornamentación  de las máscaras. Más tarde descubro que se trata de un fenómeno transfronterizo que comparte el sur de Bulgaria con las regiones de la Tracia y Macedonia griegas, de la misma forma en que en la Península Ibérica se da el mismo fenómeno entre la comarca de Aliste y Trás-Os-Montes en Portugal. Lo anterior, unido al hecho de que la comarca de Aliste siempre había representado para mí un lugar apartado, desconocido y  lleno de misterio, ya suponía un estímulo lo bastante potente como para profundizar en el origen de Los Carochos. Así que empecé por Caro Baroja y su libro El Carnaval, en el que dedica trece capítulos a las mascaradas de invierno españolas, donde además establece una relación de similitud con las mascaradas griegas de la región de Tracia. Mi primer contacto con Riofrío se da a finales del año 2013. A partir de ese momento, la biblioteca del Instituto Cervantes de Atenas recibe material audiovisual y bibliográfico, entre el que se encuentra el libro de Juan Francisco Blanco, Los Carochos. Rito y tradición en Aliste que desde entonces será mi guía para entender la fiesta.

¿En qué contexto se produce esa visita?

Yo enmarcaría la visita en el contexto de mediación y acercamiento entre dos tradiciones aparentemente muy alejadas geográficamente pero con rasgos comunes,  que nos interesa dar a conocer en Rutas inéditas por la geografía española. Cuando seleccionamos un aspecto del patrimonio inmaterial español para darlo a conocer en Grecia intentamos que se pueda establecer algún un paralelismo con su propia tradición. Digamos que el proceso que seguimos es el siguiente: en una primera fase, elegimos el tema de interés que proponemos a los alumnos de nuestro curso en Atenas. En este caso, el origen de las mascaradas de invierno en el que se ocupan de hacer un trabajo de búsqueda, documentación y estudio comparativo sobre las mascaradas en ambos países. Si el resultado de la primera fase nos lleva a resultados interesantes entonces pasamos a la siguiente fase en la que establecemos contacto con los ayuntamientos, visitamos y examinamos las posibilidades de la zona y observamos “in situ” el fenómeno cultural que ha sido objeto de estudio en Atenas. Con mi visita del año pasado a Riofrío cerramos la segunda fase que espero que dé lugar a la última que consistiría en la preparación y realización, junto a los agentes locales, de un itinerario cultural alrededor de Los Carochos que nos lleve en último término a establecer contactos y futuros espacios de comunicación que propicien el encuentro entre las mascaradas alistanas y griegas.

Y ¿cómo explicas que sociedades agrarias tan distantes coincidan en ritos y simbologías tan similares a miles de kilómetros unas de otras?

Podríamos empezar por  hacernos una pregunta incluso más amplia ¿Por qué existen en todas las mitologías mundiales, desde la Polinesia hasta Grecia, los mitos del robo del fuego, el diluvio, el mundo de los muertos, el nacimiento virginal, la figura del “héroe”, expresados  en múltiples combinaciones simbólicas? Es lo que la mitología comparada y sobre todo la psicología jungiana, denominan como “imágenes arquetípicas”.  Se trata de formas o imágenes de naturaleza inconsciente que comparte toda la Humanidad, pero al mismo tiempo son productos autóctonos, locales e incluso individuales, y se constituyen como la base del mito. Esta es la explicación que da la psicología profunda. Quizás estos mitos viajaron con la expansión de la cultura neolítica a lo largo de toda Europa y más tarde se “contaminaron”, primero con las tradiciones paganas greco-latinas y posteriormente con las cristianas. Podemos estar muy alejados geográficamente, sin embargo, vivimos en el mismo área cultural.

En tu viaje hasta Los Carochos, ¿intuiste en algún momento eso que dicen los entendidos de una fiesta mágica, con una simbología oculta?  ¿Cuáles fueron tus sensaciones?

Si entendemos lo mágico como un estado psicológico en el que se pretende provocar la excitación de los poderes afectivos e imaginativos, la escenografía inicial de la salida de Los Carochos no puede ser más efectiva. El humo, los alaridos y el chasquido de las tenazas provocan una sensación de irrealidad, de “ensoñación” inicial. Es como si de repente se desataran las fuerzas de la naturaleza y se abriera la caja de Pandora de lo irracional,  lo absurdo, lo inconsciente. Esa salida es como una llamada que va directamente al pecho y al estómago. Después, siguiendo al cortejo, hay momentos en que uno se  siente inmerso en una escena onírica del Jardín de las Delicias del Bosco.

Ángel G. Sigler con el Diablo Chiquito durante los preparativos de ‘Los Carochos’

¿Te llamó la atención algún aspecto en concreto?

Pues la capacidad que tienen los dos diablos, El Ciego de Atrás y El del Lino de convocar esa presencia de lo monstruoso, de lo irracional y lo telúrico. Recuerdo que volvíamos de ver las otras mascaradas de los pueblos aledaños a Riofrío y ya había anochecido cuando, de repente, Los Carochos cruzaron fugazmente la carretera para perderse después en la oscuridad de las calles del pueblo. Es la última imagen que tengo de la celebración y seguramente la que quedará grabada en mi mente por mucho tiempo.

Y ¿los personajes?

Insisto en que no hay nada como la sensación que provoca la aparición de ambos diablos rodeados por el humo, dando alaridos y chasqueando las tenazas. Sin embargo un personaje que me atrae especialmente es el de La Filandorra. Esa especie de hilandera-bruja que conoce los secretos de la magia y la transformación, que se metamorfosea de la mañana a la tarde en una especie de chamán que va lanzando ceniza, ataviado con ese magnífico traje de tiras de papel.  Luego está el aspecto grotesco, transgresor, carnavalesco de las cuartetas que canta El Molacillo. Se me quedó grabada la imagen de la mujer desnuda que llevaba recortada en el gorro y que me recordaba a aquellos almanaques de camioneros, vistos tantas veces en las carreteras españolas.

¿Cómo percibiste que los vecinos vivían la fiesta?

Pues tuve una sensación diferente a la que he tenido en otros lugares donde se celebran tradiciones que se han convertido en referentes turísticos. Aquí eran los vecinos y algún público local los que participaban de la celebración. No había turistas. La fiesta se desarrolla en el espacio público pero también en el interior de las casas. Y ese carácter íntimo y sin aglomeraciones que conserva me gustó. Por otro lado, pude constatar de nuevo lo mismo que he visto en la Semana Santa sevillana, el Peropalo en la Vera de Cáceres o Las Móndidas en San Pedro Manrique, la emoción y el orgullo que supone ser portador de un relato colectivo que te une a tus antepasados, la responsabilidad de volverlo a contar cada año en nombre de aquellos que ya no están y la entrega del mismo a los que vendrán detrás de ti.   

Paso del Fuego en San Pedro Manrique, en Soria
‘Paso del fuego’ en San Pedro Manrique en la ruta por las ‘Fiestas del solsticio de verano en Soria’.

¿Por qué crees que  los habitantes de los pueblos necesitan las tradiciones?

Yo no diría que los habitantes de los pueblos estén más necesitados de la tradición que los habitantes de las ciudades. Creo que la emoción, el orgullo y la vivencia es independiente del tamaño de la población y de la difusión que reciba ese fenómeno cultural. Otra cosa es que en la gran ciudad puedas llegar a no ser consciente de que hay una tradición a tu alrededor. En todo caso, creo que estamos en un error si pensamos que la tradición es privativa de lugares pequeños y apartados. Quizás porque hayamos estado asociando inconscientemente al concepto “tradición” palabras como “memoria”, “rural”, “antiguo”, “oral”, “puro”. Sin embargo, hoy día observamos nuevas formas de tradición que surgen al hilo de la propia sociedad global. Una sociedad interconectada por la tecnología que genera sus propios mitos y su propio folklore, cuyos canales de transmisión son las redes sociales. Esto, que no tiene nada de rural , ni de antiguo ni mucho menos de puro, no es más que una de las formas  cambiantes de expresar una necesidad humana: la de estar vinculado a un relato colectivo que dé sentido. Y esto parece que vale tanto para una sociedad de pastores-agricultores como para una sociedad tecnológica.

De los niños, ¿destacarías algo?

Creo que más que los niños fueron los adolescentes los que se me hicieron presentes en la fiesta. Recuerdo las carreras de los filandorros persiguiendo a las jovencitas del pueblo a las que acorralaban para someterlas después a una lluvia de ceniza. Seguramente como referencia a la fertilidad, a la fecundidad y a la pervivencia futura de la comunidad que tan presente está en la celebración. También recuerdo la imagen de una anciana que protestaba impaciente porque era la hora de dar de comer a sus nietos y Los Carochos se retrasaban en entrar a su casa.

En tu opinión, ¿quiénes disfrutan más de la mascarada: los originarios del pueblo o los forasteros?

No sabría decir exactamente. Tuve la sensación de que el pueblo participaba activamente en la celebración y disfrutaba de ella.  Así como todos los que estábamos allí presentes.

¿Por qué consideras que estos ritos no han desaparecido de sitios como Riofrío, alejados de todos los circuitos culturales y comerciales, en una zona marginada social y económicamente?

Creo que el aislamiento, la pobreza y la forma de vida podrían explicar el pasado de estos ritos, pero no me parecen suficientes para explicar el presente. Riofrío puede estar alejado de los circuitos culturales y comerciales en una zona tradicionalmente  marginada social y económicamente, sin embargo, como otros muchos municipios, vive sujeto a los condicionamientos y contradicciones de una sociedad capitalista global, con todo lo que esta acarrea de desintegración de lo social y cultural. Hace ya tiempo que Riofrío ha abandonado formas de vida apegadas a los ciclos de la naturaleza en las que según nos dice Julio Caro Baroja, se experimentaba el tiempo siguiendo un “orden pasional”. Un orden  que quedaba fijado en el calendario en forma de ritos y celebraciones en los que se expresaban los sentimientos y las pasiones que provocaba el paso de las estaciones, marcadas por las fases del sol y de la luna. Seguramente, las mascaradas son una materialización de esas vivencias. Y sin embargo, lo realmente sorprendente es que habiendo cambiado totalmente el paradigma vital, sigan teniendo vigencia en muchos lugares de la geografía peninsular.  Lo cual demuestra que aún podemos escuchar muy dentro de nosotros los ecos de una vida que ha permanecido inalterada durante milenios.

Por otro lado, hay estudiosos que asocian la revitalización de ciertas tradiciones con el fenómeno globalizador. El antropólogo Luis Díaz G. Viana en su libro El Regreso de los lobos: la respuesta de las culturas populares a la era de la globalización, afirma que este fenómeno, lejos de estimular una homogeneización absoluta, ha provocado “…un sinfín de reacciones en clave folk “. Es decir, frente a la desintegración cultural y social, “recuperación, renovación e incluso reinvención de la tradición” en los lugares donde ya existía y “creación de una nueva tradición” en los nuevos espacios de la cultura popular globalizada.

A tu juicio, ¿tienen futuro estas singulares celebraciones del medio rural?

Tendrán futuro siempre y cuando el propio medio rural tenga futuro y se dé la circunstancia de que la comunidad rural siga sintiendo el deseo de mantener vivo el relato e incluso reinventarlo si es necesario. Pero me temo que lo anterior no será suficiente. En una sociedad mercantilizada como la nuestra, herencia o patrimonio cultural y turismo son “industrias colaboradoras”, como dice,  de nuevo, el profesor Díaz G. Viana. Lo cual significa que cualquier manifestación cultural de esta índole tendrá que convertirse en un hecho económicamente viable para subsistir. Es decir, que no solo será suficiente con mantener la tradición sino que también habrá que saber venderla. Y aquí desde luego, se abre otro debate.

Integrantes de la ruta por las ‘Fiestas del Solsticio de Verano en Soria’ en la ermita de S. Baudelio (Berlanga de Duero)

Rituales como las mascaradas ¿crees que sirven para unir a Europa?

La realidad es que se trata de una manifestación cultural que se da en muchas otras partes de Europa. En 1987 el Consejo de  Europa  decidió  crear los Itinerarios Culturales Europeos como manera de promover la identidad  común y preservar a la vez la diversidad de las diferentes culturas europeas, de manera  que las futuras generaciones tengan conciencia de que comparten  valores comunes. Desde entonces, tras la declaración del Camino de Santiago como primer Itinerario Cultural Europeo, se han creado otros 38 itinerarios. No veo la razón por la cual las mascaradas no podrían ser un itinerario más. Se dan todas las condiciones para elevar una candidatura pan-europea con países como Italia, los países balcánicos, Austria, Grecia y Bulgaria.

¿Podrías adelantarnos unas pinceladas de esa idea que bulle en tu cabeza sobre un futuro proyecto de celebración entre las mascaradas de invierno griegas e ibéricas tras asistir a distintos rituales de España y Portugal?

Mi labor sería meramente de mediación, de favorecer encuentros, información y conocimiento y espacios de colaboración entre ambas tradiciones. Por el momento estamos intentando implicar a especialistas griegos para que colaboren con la revista y den a conocer la realidad de la máscara griega. A partir de ahí sería interesante contactar con los diferentes lugares donde se producen las mascaradas griegas. La idea de llegar a establecer un encuentro mutuo tanto en España, como en Grecia, sería un sueño. El aspecto estético de la máscara también es muy atractivo. Ya hemos contactado con la Escuela Superior de Bellas Artes de Atenas y ven con muy buenos ojos la posibilidad de abrir espacios de colaboración con contenido artístico. De momento, lo que hay que conseguir es que ocurran cosas.

¿Qué recuerdos te quedan de Los Carochos tras tu paso por Riofrío hace ahora casi un año?

Lo cierto es que ha tenido que pasar el tiempo para para poder asimilar el aluvión de imágenes, sensaciones y sentimientos que se fueron agolpando a lo largo de la jornada festiva.  Lo que me fascina es el aspecto psicológico de la fiesta. Para mí supone un retorno, una conexión con estratos muy profundos de la conciencia. Yo lo viví como un despertar a estados ya olvidados de nuestra experiencia del mundo, cuando manteníamos unos lazos muy estrechos con la Tierra y sentíamos a la vez  fascinación y temor ante el hechizo mágico de la naturaleza. Este año tendré que revivirlo desde Atenas, desde este retiro impuesto por la pandemia actual que me impedirá viajar a España. Me acordaré del trayecto de llegada a Riofrío a primera hora del día 1, con aquellos campos cubiertos por el manto blanco que había dejado  la “cencella” nocturna, bajo un cielo completamente azul. También de la acogida y de lo privilegiado que me sentí al poder vivir la fiesta desde dentro como uno más del pueblo. Dada la situación que estamos viviendo, no creo que haya otro año en que la salida de Los Carochos tenga mayor sentido que en este. Yo espero que estén en la calle, conjurándose, en un año cargado de desgracias y muerte, para despertar con más fuerza si cabe a las fuerzas de la vida. Un acto mágico que no entrará en contradicción con los avances que, por su parte, haga la ciencia para frenar la epidemia y que nos permitirán volver a disfrutar juntos de esta maravillosa fiesta.

El entrevistado con su amigo, el pastor Carlos Valle, en Radio Valdivielso